OPINIÓN

Ser padre en la crisis del coronavirus

Efectivos de la Unidad Militar de Emergencia (UME) realizan "reconocimientos previos" en la estación de Atocha, en Madrid, como parte de los esfuerzos de Defensa por frenar el coronavirus.
Efectivos de la Unidad Militar de Emergencia (UME) en la estación de Atocha.
UME 
Efectivos de la Unidad Militar de Emergencia (UME) realizan "reconocimientos previos" en la estación de Atocha, en Madrid, como parte de los esfuerzos de Defensa por frenar el coronavirus.

Llevaba nueve meses escribiendo en mi cabeza la columna que le dedicaría a mi hijo nada más nacer. Me hacía ilusión saber que de mayor vería en este periódico amarilleado la foto de su padre, con todo el pelo en la cabeza, junto a las líneas en las que contaba la felicidad, el orgullo y la cara de tonto que se me quedaba con su llegada. Gaspar nació solo unos días antes de que el mundo se detuviera. Nunca voy a poder dedicarle ese texto a él y a su madre. El coronavirus ha cambiado todos mis planes, igual que los vuestros.

No sé cómo abordar esta columna sin trasmitiros mi propio miedo. Se me hace difícil esconder que estoy preocupado por la salud de mi familia y la mía, pero sobre todo por la de mis padres. Que a ratos me siento desprotegido y no sé qué va a pasar con mi trabajo. Todos estamos igual. Todos compartimos la sensación de que el mundo va a cambiar para siempre. 

En lo que igual tenemos diferencias de opinión es en asuntos en los que, como dice Almeida, no conducen a ningún sitio porque no hay un minuto que perder. Seas o no de Sánchez, no es momento de lanzarle tomates. Los intereses del independentismo no pueden estar por delante de la salud, ni los de Casado, ni los de medios de cuerdas contrarias. Es de una irresponsabilidad infinita, igual que la del caradura que me cobró 18 eurazos por cada mascarilla. Nadie, nunca, debería hacer negocio del miedo.

Por suerte, la mayoría hemos comprendido el mensaje: este virus solo nos lo cargamos juntos, quedándonos en casa y ayudándonos. Costó arrancar, pero en unos días hemos cambiado nuestras prioridades tanto como se han transformado las de la medicina y la investigación.

Ahora solo falta que también lo hagan las de las empresas que aún no han pillado que hay que pararse al máximo posible y no llenar trenes de cercanías de trabajadores. Tampoco valen los despidos masivos en un momento en el que ni siquiera se puede tramitar el subsidio por desempleo.

Pese a todo, creo que esta es la mejor columna que le podría dedicar a mi hijo. Una en la que enseñarle que el mundo es un lugar increíble que nunca deja de sorprenderte, aunque algunas veces, las menos, esos cambios no son tan alegres y requieren de una cuarentena.

Son momentos en los que todo puede venirse abajo, pero de los que se sale porque no hay mal que cien años dure. Mientras esperas, llamas con la cámara a todos los que quieres para que vean cómo tu hijo crece cada día y abrazas con más fuerza que nunca en el balcón a su madre mientras todos los vecinos aplauden a los que están dejándose la vida en cuidarnos.

Un tiempo de pausa a nuestra libertad en el que descubrir el inmenso valor humano de una sociedad que, aunque tenga que vivir alejada, está más cerca que nunca. 

Mostrar comentarios

Códigos Descuento