Dicen que los políticos son un reflejo de la sociedad a la que representan. No sé en qué momento los españoles nos hemos convertido en unos macarras. Cada semana tenemos un par de numeritos en el Congreso entre nuestros dirigentes. El último, la moción de censura de Vox, que quiso convertir el hemiciclo en un nido de odios y acusaciones guerra civilistas. Por una vez, el resto de partidos no le siguieron el numerito populista a la ultraderecha de Abascal y hasta Casado (al fin) le echó el freno. Una sesión en la que hubo incluso elogios entre partidos contrarios y predisposición al acuerdo, algo que no debería ser la excepción, sino la norma.
El objetivo de la democracia es que todos podamos elegir los políticos que nos representan para que, desde los escaños, dialoguen por el bien de la sociedad todos juntos, y no solo los que piensan igual. Una máxima que se ha olvidado en los últimos años en los que a nuestros dirigentes les ha dado por crisparse y competir por el mejor zasca viral en Twitter. Con su crispación nos llevan por el sendero del "divide y vencerás", una estrategia igual de vieja que la de tener que estar a favor de todo lo que hacen los tuyos y criticar mucho lo del contrario, aunque sea acertado.
El objetivo de la democracia es que
todos podamos elegir los políticos que dialoguen por el bien de la sociedad
Así hemos llegado a dividirnos entre antiespañol –sinónimo de "inteligente" de izquierdas– o que España te parezca bien, que hoy en día se traduce como que eres facha. Hay una tercera opción que es la famosa equidistancia, inaceptable en la era de la política del blanco o negro, revival de lo peor de nuestra historia.
Resulta paradójico que este panorama lo haya traído la renovación joven de los líderes de los partidos. Se les suponía espíritu de cambio, pero, al final, lo que ofrecían era arcaica chulería y rencor personal. Abascal por haber crecido en el conflicto vasco, Sánchez por su revancha a los barones, Iglesias por aquellos tiempos en los que la que no estaba en la pomada y Casado por la muerte del aznarismo. Cada uno parece moverse por una deuda particular que se dedican a saldar en el Congreso, pero que igual deberían resolver en psicoanálisis. Y todo en medio de una pandemia en la que quizás lo único que les importe sea el poder que les deje.
Hay algo que parece que falta en las palabras de nuestros políticos: sinceridad
Además de muchos gritos hay algo que parece que falta en las palabras de nuestros políticos: sinceridad. Un discurso con auténtica franqueza no lo escucho en el Congreso desde que su expresidenta Ana Pastor anunció que iba a retirar las palabras fascistas y golpistas del diario de sesiones. Con tristeza, recordó a la Cámara que esta generación tiene que representar lo mejor de España tras cuatro décadas de democracia y no podía ser el país del conmigo o contra mí. Y ahora me diréis que si alabo a una política del PP es porque soy facha. Como siempre.
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