El universo se puso de acuerdo para ignorar el nacimiento de Alexa, pero el valor de sus padres impidió que la ineficiencia acabase en tragedia.
No. Eso es lo único que escucharon Elisabete y Várzan Stefan durante los tres días anteriores a su parto suburbano.El primero en decir no a esta pareja de inmigrantes rumanos, residentes en Arganda del Rey y carentes de coche propio, fue el Hospital Gregorio Marañón.
Sin ayuda de nadie
Sólo unas horas más tarde, a las 4.30 de la madrugada del sábado, la despertaron unos fuertes dolores. Tenía contracciones cada diez minutos. Caminando hacia el ambulatorio local y en busca de ayuda se encontraron con un coche de la Guardia Civil, que se limitó a decirles que llamasen al 061, aseguran. Una llamada que tuvo como respuesta otro no.
«Nos comunicaron que las ambulancias eran para enfermos, no para embarazadas», dice Várzan.
Después de esperar una hora un autobús que nunca apareció, decidieron meterse en el Metro a las 7.00. Llegando a la estación de Sainz de Baranda, la madre rompió aguas en el vagón. Ningún pasajero los ayudó.
«Nos sentamos en el andén y vi la cabeza del bebé. Creí que estaba muerto porque no lloraba», cuenta emocionado el padre, que rompió el cordón umbilical con sus manos. «No lo conseguía y mi mujer decía que usase los dientes», recuerda.
Cubierto de sangre, Várzan se quitó la ropa para abrigar a su hija porque hacía mucho frío. Así esperaron hasta que llegó el Samur media ahora después.
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