«La primera vez que vine al jardín me quedé enamorada, y eso que yo no sabía nada de plantas. De hecho, cuando era pequeña, mi madre se desesperaba porque no era capaz de aprender ningún nombre. Pero esa visita fue mágica. Aquí dentro hay un hechizo que hace que te sientas como si no pudiera pasar nada malo».
Ese mismo día decidió hacerse miembro de la Asociación de Amigos de La Concepción (www.amigosconcepcion.org). Hoy hace ya diez años que contribuye a su mejora.
Últimamente trabaja en la creación de una biblioteca con libros donados por los amantes del jardín, al que agradece no sólo su belleza pacificadora, sino haberle dado la oportunidad de hacer amigos españoles: «No me gusta la gente que viene a un país y no se interesa por él».
Patricia es todo lo contrario. Estudió el idioma (trabaja como traductora), colabora en proyectos lúdicos y solidarios, cultiva amistades y, en su afán por echar raíces, ha plantado en La Concepción un árbol dedicado a sus sobrinos-nietos, que tal vez un día lleguen a querer el jardín tanto como ella.
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