Fuck the auteur! O cómo llevar la contraria a la Nouvelle Vague

Pensando en el hecho de que muchas de las películas más icónicas de la historia son fruto de la suerte, hemos caído en lo importante: El cine de autor está sobrevalorado.
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Cuando salgo de ver Blade Runner 2049 soy consciente de que Denis Villeneuve ha hecho algo dificilísimo. No solo es buena película, sino que es mejor que la que se estrenó en 1982. Pero no me gusta, no me conmueve. Soy consciente de que es mejor, pero no consigo disfrutarla. Y no es un problema de expectativas, sino de transcendencia. La primera Blade Runner cambió la historia de la ciencia ficción para siempre creando un canon irrepetible en el género. Y la segunda Blade Runner sólo será, en el mejor de los casos, la mejor película de su año.

Una voz en off y un montaje sin ritmo cayeron en gracia y casi todas las generaciones desde entonces han amado la película convirtiéndola en obra maestra de culto. Una de esas películas que forman parte de tu biografía sentimental. El único enemigo fue su propio director, Ridley Scott. Que lleva ya siete versiones distinta… Si no respeta su propia obra significa que no le ha salido lo que quería que le saliera. Está claro que ahí ha habido un golpe de suerte.

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No es el único clásico al que le ocurre.

Por ejemplo, en 1942 un analista literario de Warner Brohers leyó una obra teatral llamada Todos vienen al café de Rick. La editora encargada de los guiones en Warnear convenció a un productor para comprarla. La titularon Casablanca y ese mismo año comenzó a rodarse casi al mismo tiempo que adaptaban el dichoso guión que durante meses fue manoseado por varios escritores: Desde los gemelos Epstein, Julius y Philip hasta Howard Koch. Y todos aportaron distinto tono a una película que a ratos era una historia de amor, una comedia o un thriller. El director Michael Curtiz también aportó su granito de arena, de hecho, el romanticismo es casi todo por culpa suya. Ninguno de ellos supo que pasaría al final de la historia… Imaginad a los dos actores Humphrey Bogart e Ingrid Bergman interpretando sus personajes sin saber siquiera su destino… Y aún después de terminar el rodaje todavía el productor Hall B. Wallis quiso poner la guinda añadiendo una frase al final que, quién iba a decir, se convertiría en una de las más famosas de la historia: “Este es el comienzo de una gran amistad”.

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Casablanca no sólo es una película muy querida por todos los cinéfilos, es la cinta más conocida de Hollywood, la que más veces han echado en la tele. Todo el mundo conoce sus frases, sus escenas míticas, sus actores... Y sin embargo, su producción fue un auténtico caos. ¿Otra vez la suerte?

Vamos con otro ejemplo.

El 2 de mayo de 1974 Steven Spielberg comenzó la que resultaría ser una filmación difícil, cara y larguísima, tanto que estuvo a punto de terminar con su carrera cuando ésta todavía no había hecho más que comenzar. En su haber sólo tenía una cinta para cine, Loca Evasión, demasiado autoral como para ser comercial y demasiado divertida como para ser de autor.

La película que nos ocupa era Tiburón, un antojo de dos productores: Richard D. Zanuck y David Brown, que cuando leyeron el libro homónimo decidieron hacer la película. Nadie había rodado nunca en el océano con una barcaza y un tiburón mecánico. Había varios y todos se estropeaban. El rodaje se suspendía a menudo para solventar los problemas técnicos. El visionado de las primeras pruebas era, descrito por testigos, como un velatorio. Por si fuera poco el guión era tan malo que Steven Spielberg se sentaba las noches antes con los actores e improvisaban escenas que reescribían para rodarlas al día siguiente. Lo que funcionaban lo filmaban. Y así fueron pasando los días. Y así fueron gastando el dinero. Terminaron el 17 de septiembre del mismo año, ciento cuatro días después de la fecha límite y con un presupuesto tres veces mayor del inicial.

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La primera copia era un desastre, no existía la continuidad, la forma de rodar de Spielberg (improvisando las escenas durante la noche anterior) ocasionó que fuera una película imposible de seguir. Pero lo peor era lo de los tiburones, enormes juguetes de goma que nadie iba a creerse. Así que se tomó la sabia decisión de reducir el número de escenas del tiburón y convertir la película en un elegante ejercicio hitchkockniano. Según Rob Cohen la idea fue de Verna Fields, la montadora. La única sugerencia de Spielberg a este problema fue incluir escenas de documentales.

Cuando se estrenó, el filme se convirtió en el más taquillero de la historia y así se mantuvo dos años hasta La Guerra de las Galaxias.

¿Fue suerte que Tiburión fuera un éxito? No. Lo que pasó es que había una montadora excepcional llamada Verna Fields, tres actores entregadísimos y una banda sonora inspirada que se colocó en la mente de todos los espectadores. Muchos hablan de Tiburón como la primera gran obra de Spielberg. Se equivocan, claro.

El ‘auteur’

Antoine Doinel es la más bella aportación de François Truffaut al cine (y al mundo). Su artículo en la revista Arts de 1954 en el que se hablaba por primera vez del concepto de autor es, sin embargo, una auténtica fechoría para la industria cinematográfica.

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La Nouvelle Vague nos metió con embudo eso del ‘auteur’ y parece que si el director pierde el control sobre su obra y esta resulta ser genial, debemos recurrir a la suerte. Pero lo que parece suerte es simplemente el resultado lógico de un trabajo colaborativo.

Volviendo a Blade Runner… Podemos hablar de Vangelis, del diseño de arte, de la media sonrisa de Harrison Ford o de Rutger Hauer improvisando un precioso poema en el clímax. Y entonces sí, podemos hablar de la potra que tuvo Ridley Scott de salir en los créditos de esta película.

Únicamente Casablanca fue vista desde su estreno como “la más decisiva excepción a la teoría de autor”. La película no sería lo mítica que es si no fuera por tres guionistas en absoluto estado de gracia o por dos actores que compartieron su mejor momento delante de la cámara. A parte de un director audaz y un productor tomando buenas decisiones.

Pasó hace poco con Denis Villeneuve. El director de Blade Runner 2049 ya ha filmado una obra maestra de la ciencia ficción. Una película que encumbra el género y que se titula La llegada. Todos los procesos creativos de esta cinta fueron enormemente complejos debido a la profundidad de una historia que sirve como tratado filosófico y social, como pieza lingüística, como película con viajes en el tiempo y reflexiones sobre el destino. Pero cuando ya está todo hecho, el rodaje acabado y el director con una idea clara de lo que quiere, llega el montador y en la tercera versión de la película decide que hay que borrar escenas, sustituirlas y cambiar el orden de unos cuantos planos para que el tema alcance el relieve necesario. Fue Joe Walker en la sala de montaje quien dio con la clave para hacer de La llegada una obra inmensa en todos los sentidos.

De hecho tan establecida queremos dejar la regla del NO AUTEUR que hemos definido su propia excepción: Apocalypse Now.

Y no estoy diciendo que Apocalypse Now sea una película cuyo mérito cinematográfico o filosófico pertenezca solo a Francis Ford Coppola. Sin Martin Sheen golpeando el espejo borracho, sin Denis Hopper bajo el efecto de las drogas, sin la cabalgata de las valkirias, sin Marlon Brando inventándose su texto… Sin nada de esto sobre lo que Coppola no ejercía ningún poder, Apocalypse Now no hubiera pasado a la historia.

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Sin embargo, es la película más de autor que existe. Sencillamente si Coppola no se hubiera obstinado en sacarla adelante a pesar de todos los problemas que conllevó el rodaje, esta desquiciada obra maestra no existiría. No hay cinta más fortuita que esta, que sobrevivió a varios desastres naturales, a las adicciones de un director devorado por su propio ego, a un accidente casi mortal que podría haber acabado con el actor protagonista, a una estrella de Hollywood en su era crepuscular haciendo lo que le da la real gana… Pero Coppola nunca abandonó el barco, siguió dando órdenes, cambiando el plan de rodaje, siguió bajando al barro para empujar un proyecto que casi acaba con su vida. Apocalypse Now es Vietnam y Coppola es, ahora sí, autor de una película mítica que no hubiera sido sin él.

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