Hasta el nuevo embajador en el Vaticano, inspector de trabajo antes que fraile, avanzó la profecía: «En una obra de estas magnitudes, inevitablemente, se producen accidentes». ¿Y ahora qué hacemos? ¿Asumirá alguien las responsabilidades? Seguro que no.
¿Cuándo caerá el siguiente? La desorbitada obra de Langosteira tiene mucho de embalse franquista. El dictador construía desmesuradas presas a golpe de cadáveres apilados en el fango, muertes que la prensa azul camuflaba como podía –lo que no se cuenta, no existe–.
En el ocaso del vazquismo, la prensa amiga disfraza las desgracias como «tributo obligado» al progreso. ¿Cuántos muertos más soportará la conciencia de los ejecutores?
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