Al llegar, en 2003, no tenía papeles, no hablaba español y no tenía dinero. Pero sabía que si se esforzaba, la situación podía mejorar. Efectivamente, ahora está contento, aunque extraña su país y a su gente. En dos años consiguió hablar español, tiene papeles y trabaja en una frutería de un mercado.

Pero le costó. El único trabajo que encontró apenas se instaló en la casa de unos amigos en Madrid fue en una discoteca, limpiando baños por 600 € al mes.

"Era espantoso. Yo, en Rumanía, no había visto gente drogándose ni eran comunes, al menos en mi entorno, las borracheras ni la cocaína. De pronto, aquí tuve que limpiar vómitos, papeles con sangre, jeringuillas… Era un espanto, pero tenía miedo de pedir otro trabajo porque mi situación era muy mala".

Ahora tiene papeles y puede pensar en visitar a su familia en Rumanía, pero quiere quedarse en Madrid "por mucho tiempo más".

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