Dicen que le cuesta disimular el cansancio. Que, sin cumplir aún los 50, quedan lejos los días en los que parecía un niño enorme. Y no es raro: desde hace una década carga sobre sus espaldas con varios de los proyectos más homéricos del cine actual. ¿Quién había sido capaz, hasta entonces, de erigir un monumento cinematográfico del tamaño de El Señor de los Anillos? ¿Quién podía atreverse a rehacer otra vez King Kong? ¿Quién, y acaba de confirmarse, producirá y dirigirá El Hobbit, el díptico que dicen será la producción más cara de la historia? Un tren mastodóntico y maldito del que, sin rodar un fotograma, ya se ha bajado Guillermo del Toro y ha puesto en pie de guerra a Nueva Zelanda.
Salvar al gorila
La suya es la arquetípica historia del niño prodigio. Hijo único, desde la casa familiar contemplaba los paisajes que después, y gracias a la infografía, él mismo transformaría en la Tierra Media. Sus padres, que murieron mientras él convertía en película la novela de Tolkien, soñaban con que fuese arquitecto, pero desde los ocho años Jackson sólo tenía una obsesión: el cine y, sobre todo, sus monstruos.
Él mismo lo ha confesado: el germen de esa pasión fue una película histórica, King Kong. La oronda cara del pequeño Jackson se retorcía de placer viendo al gigantesco gorila derrotando al dinosaurio. Los pequeños ojos del niño lloraban, sin remedio, al ver al Rey Kong caer desde el Empire State. Y, para salvar al primate bueno, empezó a construir muñecos con trapos y la piel de un viejo abrigo.
Después, claro, lo de siempre. El amigo de los padres que fascinado por la imaginación del niño le regala una cámara. El crío que la empieza a usar sin tregua: para copiar las películas que le gustan, para imaginar dramas bélicos, para imitar al mago de los efectos especiales, Harryhausen, filmando criaturas de plástico y animándolas paso a paso.
Así hasta que, con un presupuesto ínfimo, Jackson empieza a rodar en 1983 su primer largo: Mal gusto. Un chiste, una película hecha entre amigos y a base de efectos especiales, humor y vísceras, que narra la llegada a la Tierra de alienígenas hambrientos. Cuatro años después, la película estaba lista y, como si estuviera escrito en algún lugar, llegaba hasta el Festival de Cannes, donde entre lo más florido y millonario del cine hizo gracia. Y Jackson dejó su trabajo en una tienda de fotografía local y rodó, con más dinero pero el mismo desparpajo, Meet the Feebles (1990, sobre marionetas drogadictas y ninfómanas), Braindead: tu madre se ha comido a tu perro (1992, gore protagonizado por Diana Peñalver) y, aún en Nueva Zelanda, Criaturas celestiales (1994), la terrorífica historia de dos niñas que, incapaces de soportar la belleza del mundo, cometen el crimen más espantoso. Se corroboró la sospecha: había cineasta, y de los grandes.
El Señor de Hollywood
Subido a una montaña rusa gigante cumplió otro anhelo, King Kong (2005), y se entregó a proyectos más pequeños. Apadrinó District 9 (2009), dirigió una fallida obra intimista, Desde mi cielo (2009), y se repartió con Spielberg la producción y dirección de una trilogía sobre el Tintín de Hergé. Pero, por una vez, sus planes salieron mal: otra criatura tolkienana, El Hobbit, ha requerido su ayuda para evitar el desastre. Con Jackson en el timón, ahora sólo resta esperar algo enorme.
Las manías de un poderoso
Si hasta el altivo James Cameron reconoce que creó Avatar tras quedar deslumbrado por su Gollum de El Señor de los Anillos es que la industria está rendida a tus pies. Quizá por eso Peter Jackson funciona a su manera: odia abandonar su Nueva Zelanda natal, supervisa hasta la extenuación todo el material de sus películas y se permite manías como usar sólo dos camisetas durante todo el rodaje de El Señor de los Anillos.
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