Este desecho

Ciudad de desastres, obras los llaman.
Calles devastadas. Restos de sueños naufragados. Cementerio de árboles y de sombra productos de otro desastre, el de un urbanismo anacrónico, una modernidad de western, caótica, incoherente: hormigón, polvo, encuestas pagadas, perforadoras, ambulancias atascadas y todo el barullo de un tráfico inútil, como si hubiera que aniquilar el silencio de este extremo del mundo.

Todo lo que aquí no es humano, el río quizá, algunos chopos, resulta sublime en su desolación natural; todo lo que es humano se ha vuelto sórdido, desecho de esta especie de civilización incómoda, según el sentir de algunos, pero tan útil ¿verdad? de cara a las próximas elecciones.

A decir verdad, aquí parece no haber naturaleza ni cultura que preservar, sino una negación salvaje de las dos: de un paisaje socavado por el cemento, negación de la cultura en la nada de los contenedores, del expolio del atrio de la catedral, de la antigua Electra, de los antiguos olivos. Pregunten a los vecinos, dice el alcalde sin percatarse, pobre, que vecinos no hay, en absoluto, tan sólo habitan. Este desecho.

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