Acaba de jubilarse este mes, pero no se ve sentado en un banco mirando las palomas. Sólo le interesa terminar derecho y doctorarse. No será un título más, sino un regalo para alguien importante con quien le gustaría compartir la licenciatura. Ella estará allí, aunque nadie la vea.

En El Álamo, rodeado de la tranquilidad imposible en Madrid, la calma de Luis contrasta con el bullicio de su mente: «Moriré sin llegar a hacer todo lo que tengo pensado». 

Fue funcionario del Estado durante años y luego disfrutó con pasión su trabajo de enfermero en urgencias. Se tomaba la enfermería como una misión. Su madre era médico y Luis la ayudaba cuando, en la posguerra, curaba a los que sufrían paludismo y llegaban temblando de fiebre. Ella los tendía sobre una manta en el suelo mientras en su hijo germinaba la idea de la entrega a los demás.

Estudia por curiosidad. No puede escuchar a un experto sin entenderlo. «A nuestras edades hay que estudiar por higiene mental», dice. Le quedan tres asignaturas para ser abogado. Pero derecho no es sólo una carrera más, es un homenaje.

Cuando su hija se estaba divorciando, él la aconsejó y ayudó en el proceso. La mirada de Luis brilla al recordarla. Se quita las gafas y se frota los ojos. Luego sonríe con ternura. Este mes se cumplen cinco años de la muerte de María del Mar por una meningitis. «He hecho la promesa de hacer esta carrera en su memoria. Ella habría disfrutado viéndome terminar». La hija fallecida le ha dejado una nieta que ahora tiene 11 años. Luis se maravilla cada vez que mira a la cría. Aunque María del Mar ya no esté, la nieta que les dio es su viva imagen.