Esther Roca empuña una escoba en plena Gran Vía y, sin soltarla, dice con paciencia: «Yo las estoy barriendo y ya me las están tirando. Son más fáciles de limpiar que las pipas, pero si llueve se deshacen y lo ponen todo perdido».
Los puntos negros de esta nueva basura urbana los desvela María Morgado, que está aseando la plaza de Santa Ana. «Las entradas de los comercios, los bancos, los edificios de oficinas y los bares para no fumadores son auténticos ceniceros a ras de suelo», asegura.
Pilar García arrastra un carrito de limpieza por la plaza de Callao mientras se queja de que haya que recoger las colillas una a una. «Lo único bueno es que les he cogido tanto asco que he dejado de fumar», confiesa orgullosa.
Poca educación
Otra mujer, que prefiere mantenerse en el anonimato, barre con energía en Preciados. Siente que haya «tan poca gente educada que apague el pitillo en las papeleras y lo tire dentro». Afirma indignada que «casi nadie lo hace».
No opina lo mismo el Ayuntamiento de Madrid. Desde el organismo aseguran que no han detectado más suciedad de la habitual, por lo que ni aumentarán los servicios de limpieza municipal ni pondrán en marcha iniciativas como la de Bilbao, donde se han repartido 20.000 ceniceros entre los fumadores. Una medida así evitaría que los funcionarios de la Comunidad siembren de colillas la salida trasera de la Real Casa de Correos.
El humo en cifras
1.600.000: Ciudadanos mayores de 16 años fuman en la región.
1,30 €: Cuesta el Ducados rubio en estanco.
6.600.000 de €: Presupuesto de la Comunidad para deshabituación tabáquica.
50%: Lo que aumentó desde el 1 de enero el número de fumadores que quieren dejarlo.
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