Blanca Portillo: "Mi trabajo es mi vida, lo tengo presente cada minuto de cada día"

  • La actriz retoma 'Paseo romántico', un repaso al siglo XIX.
  • Se ha tomado 2010 libre.
La actriz Blanca Portillo.
La actriz Blanca Portillo.
Jorge París
La actriz Blanca Portillo.

Tras dos años "presente en todas partes", Blanca Portillo se ha tomado el 2010 "libre". Estaba algo cansada y no le gustaba la sensación de ser "el perejil de todas las salsas". Sólo aceptó retomar Paseo romántico, una dramatización de textos del siglo XIX que se representa en el Español de Madrid.

¿Cómo se incorporó a Paseo romántico?

Entré porque tenía ganas de trabajar con Andrea [D’Odorico] y con Laila Ripoll, a la que conozco desde hace muchos años. Me encantó el reparto y la propuesta, la idea de dar un recital de textos del romanticismo, que es una etapa literaria e histórica que tenemos bastante abandonada. Se montó hace cuatro años como una joyita para una cosa muy concreta, y lo más hermoso es que se ha convertido en un espectáculo que a la gente le apetece ver. Y yo quiero seguir en ello.

¿Es más difícil montar una dramaturgia así que un papel al uso?

Tiene sus grandes diferencias, y lo bonito es hacer todo tipo de cosas. Yo no creo que sea esto más fácil que hacer un personaje, y tampoco más difícil; esto es muy difícil siempre, básicamente (risas). Y nosotros somos actores, de alguna manera encarnamos a los personajes que estamos leyendo en ese momento. Al final sales al escenario con el mismo miedo.

¿Miedo a estas alturas?

Sí, el miedo es directamente proporcional al tiempo que llevas, o por lo menos es mi caso. La responsabilidad es mayor, porque a mayor conocimiento y consciencia de las cosas, te das cuenta de los riesgos que corres. Las responsabilidades son cada vez mayores; no es lo mismo hacer la chica 2 del coro que hacer un protagonista. El miedo tiene que ir en aumento, si no, sería una demente.

¿Por qué está funcionando un montaje tan atípico?

Porque le permite al espectador imaginar y vivir por su cuenta lo que el director no le está dando; solamente tiene el material humano, el resto lo pone él. Y creo que funciona también porque la función te ofrece un espectro muy grande sobre esa época: tienes teatro, análisis social, periodismo, poesía… Está toda la literatura y todo el análisis social; es un viaje en el tiempo muy atractivo. Es curioso siendo un formato tan distinto…

¿Van muchos jóvenes a verlos?

Pues muchos más de los que yo esperaba, casi más que gente más mayor. Supongo que hay un reparto que les resulta bastante atractivo, no vamos a dejar de tenerlo también en cuenta, juntar a cuatro personas con una carrera sólida y a un músico en directo también es un gustazo para el espectador. Afortunadamente somos actores que atraemos a un amplio sector del público. Es un placer, cuando miras al patio de butacas y ves gente desde 18 años hasta 70.

¿Recuerda haber leído a estos autores en el instituto?

Sí, claro. Y los textos teatrales que se dicen los estudié en su momento. Y a Rosalía la sigo leyendo. Larra y Espronceda sí han sido un descubrimiento, había leído pocas cosas de ellos, y es alucinante, eso sí que era Periodismo de época, un análisis certero del momento social de gente a la que les dolía su país, y sufrieron mucho.

¿Tiene un texto favorito?

El de Jose Coronado al cerrar la función, un texto de Larra sobre en qué se ha convertido España en ese momento. Habla de la noche de difuntos de 1836, y uno se da cuenta de que justo 100 años después sería la Guerra Civil y España volvería a estar como estaba. Eso te pone los pelos de punta, aparte de que Jose está espléndido en ese momento…

Siguen vigentes, entonces, esos textos…

Desgraciada y terroríficamente vigentes. Es muy tremendo; aprendemos poco, muy poco.

¿Algo para olvidar de ese siglo XIX?

Creo que no, que uno no debe olvidar nunca. Hay que repasar, porque luego repetimos otra vez las mismas cosas. Si fuéramos un poco más conscientes… Por ejemplo, ahora mismo todo el mundo se empeña en que olvidemos lo que pasó en la Guerra Civil. Y es que si lo olvidamos y hacemos como que no pasó, tenemos la posibilidad de que vuelva a ocurrir. La memoria es lo único que nos puede salvar de equivocarnos otra vez. Lo que pasó negativo ya no tiene remedio, pero no creo que haya que olvidarlo.

¿En el trabajo también hay que recordar los errores?

Siempre. Y con los aciertos, como son muy subjetivos, trato más de ponerme yo el listón bien alto. Puedes disfrutar con las cosas que te han salido bien y de las que estás satisfecha, pero lo bueno es recordar lo que has hecho mal para no volver a estropearlo. De los errores se aprende.

En esta sociedad del fútbol y Belén Esteban, ¿hay que hacerle un hueco al XIX o hay sitio para todo?

Evidentemente hay sitio para todo. Pero creo que todas las otras formas de cultura -que no son el fútbol o, como tú dices, estas personas que son mediáticamente tan fuertes- tienen tanto valor y la gente está tan necesitada de ellas… Debemos buscarles el lugar, porque nos hacen mejores personas. No sé si el fútbol, y mira que yo soy futbolera hasta la muerte. La selección española, después de lo que ha ocurrido, ha dejado de ser un equipo para tener una filosofía, una forma de entender el fútbol, limpia, honesta… El deporte es una forma de cultura también. Y eso ha arrastrado de una forma increíble a toda la población del país. Cuando a las cosas que divierten les añades un componente de honestidad, de hacer pensar, de dar un buen ejemplo de cómo vivir, agarran mucha más dimensión.

¿Y la gente las necesita?

La gente tiene necesidad de que les cuenten cosas que les hagan pensar también. Para no pensar hay otras cosas, y eso está muy bien, cuando te quieres sofronizar y no pensar en el día o en la vida, pones otras cosas, en la tele o en el cine o en el teatro.

¿Qué hace usted para no pensar?

Yo es que no intento no pensar (risas), igual eso es un defecto también. Hombre, cuando tengo la cabeza muy cargada, me pongo a jugar con juegos en el ordenador y me olvido de todo, y tan feliz.

¿Cómo es como espectadora de teatro?

Como tengo la fortuna de haber transitado todas las facetas que componen el teatro, desde la dirección hasta la maquinaria –yo me he subido a un peine a montar-, creo que valoro mucho cada cosa que aparece en el escenario. Siempre hay algo bien hecho. Pero soy muy exigente, no me conformo, no hay muchas cosas que me apasionen. A mí no me la cuelan así como así (risas).

¿Cómo le sienta que se refieran a usted como actriz todoterreno?

¡Fenomenal! Es que soy todoterreno, es verdad, y no me gusta la especialización en algo muy concreto. No me gustaría nada que dijeran “es una gran actriz de comedia” o “esta actriz tan dramática” o “esta actriz de teatro”… ¡Claro que soy todoterreno! A mí lo que me echen. “¿Qué hay que hacer?”. Y yo, Manolita la primera. Encantada.

¿Dónde la veremos próximamente en tele y cine?

Desde que acabé Acusados, en diciembre, decidí dejar este año libre, no he hecho nada más que el Paseo romántico como actriz. Habían sido dos años de estar muy presente en todas partes. No me gusta la sensación que tenía de ser el perejil de todas las salsas. Calma. Además, lo poco gusta y lo mucho cansa. Y estaba cansada también. Dejé 2010 para producir y dirigir una función de teatro, La avería, de Dürrenmatt, que estrenaré en enero. Y ya otra vez volveré a la carga como actriz. Probablemente lo primero que vuelva a hacer es teatro. Tengo muchas ganitas… Me gusta tanto subirme al escenario, ¡no lo puedo remediar! (risas).

¿Qué lugar ocupa el trabajo en su vida?

Es que yo no hago diferencia, para mí mi trabajo es mi vida, me hace ver el día a día de una manera especial… No es un esfuerzo. Lo tengo presente cada minuto del día de cada día de mi vida. Es a través de mi profesión que miro el mundo. Es un privilegio.

¿Se podría haber dedicado a otra cosa?

Creo que no. Pero hay un montón de profesiones que me llaman la atención. Me hubiera encantado ser periodista, escribir, cantar… Ojalá hubiera tenido dotes para ser la mejor microcirujana del mejor hospital. Se trata de descubrir para qué estás dotado, porque todos estamos dotados para algo, hasta aquellos que dicen “es que yo no sé hacer nada”; mentira, seguro que tienes un don natural, la suerte es descubrir cuál es.

¿Cuál es el mejor halago que ha merecido por su profesión?

A mí lo que más me emociona es cuando la gente me dice que se ha emocionado, precisamente. Que ha llorado, que lo que ha visto le ha hecho pensar, que ha reído, que se ha enrabietado, que le ha movido… Creo que es el mayor premio, halago y satisfacción. Yo esos días me voy a la cama más feliz que un bebé. Es por lo que me dediqué a esto; cuando estaba haciendo teatro aficionado, alguien vino y me dijo “me has emocionado tanto…”.

¿Le cuesta desconectar después de una función?

Necesito un tiempo, sí. No tanto para desconectar del personaje, hago una diferencia muy clara entre los personajes y la persona, sino de la acumulación de adrenalina. Y que yo también me emociono, estoy ahí en carne viva, con todo a flor de piel, y eso cuesta bajarlo, se necesitan por lo menos un par de cervezas grandes y hablar de otras cosas para que los biorritmos se vuelvan a colocar en su sitio.

¿Qué tiene usted de romántica?

Creo que el término romántico está completamente degradado. Asociamos romanticismo a grandes almacenes, día de San Valentín y paseítos de la mano con bucólicas musiquitas de fondo. Nada que ver. El romanticismo es sinónimo de convulsión, de pasión, de violencia. Era gente que entendía la vida de manera mucho más arriesgada. Creo que ahora somos más fríos.

¿Un actor debe tenerlo?

Sin duda. Si solamente eres frío y analítico… Nosotros trabajamos con emociones y pasiones. O eres un romántico en ese sentido o poco puedes hacer.

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