'Miral', de Julian Schnabel, provoca los primeros abucheos de la Mostra

La actriz japonesa Kiko Mizuhara, en el pase gráfico de 'Norwegian Wood', en el Festival Internacional de Cine de Venecia.
La actriz japonesa Kiko Mizuhara, en el pase gráfico de 'Norwegian Wood', en el Festival Internacional de Cine de Venecia.
Claudio Onorati / EFE
La actriz japonesa Kiko Mizuhara, en el pase gráfico de 'Norwegian Wood', en el Festival Internacional de Cine de Venecia.

La Mostra de Venecia puso este miércoles el listón demasiado alto programando Black Swan y Machete a las primeras de cambio. El resultado de empezar con uno de los platos fuertes es que los días venideros parecen menos interesantes. Y a pesar de que la segunda jornada prometía, con un par de trabajos interesantes, los ánimos del respetable han sufrido alguna que otra dececpción.

La primera ha corrido a cargo de Julian Schnabel. Decepción de las gordas y que ha desembocado en abucheos por parte de la crítica reunida en el certamen. Miral, su nuevo trabajo, es una presunta oda al entendimiento entre palestinos e israelís en la que ambos bandos acaban estereotipados hasta extremos vergonzosos.

Los buenos, muy buenos; los malos, malísimos. La historia transcurre a través de los ojos de Miral, una joven palestina que descubre el mundo y la realidad que la envuelve a finales de los 80 y a la que acompañamos hasta la firma de los acuerdos de Oslo.

A caballo entre el drama o una cinta puramente política, Schnabel acaba por no decantarse por ninguno de los dos lados, lastrando el resultado final.

Aunque el realizador, en rueda de prensa, ha admitido que en su trabajo siempre hace política: "Cualquier manifestación artística es política. No veo un cuadro solo para divertirme de la misma manera que no hago mis películas solo para entretener". El cineasta estadounidense ha justificado su producción mirando a sus raíces. "Era mi responsabilidad, como judío americano, contar esta historia desde el otro lado", ha explicado a los presentes.

La nostalgia de los viejos tiempos

Norwegian wood, la adaptación del superventas Tokyo Blues del japonés Haruni Murakami, era otro de los platos esperados en esta segunda jornada. El vietnamita Tran Anh Hung se ha encargado de firmar una obra de más de dos horas en la que acaba cumpliendo la máxima de que lo que funciona en el papel no tiene por qué resultar en el celuloide. Fiel al estilo de Murakami, Norwegian wood narra, con demasiados subrayados, la relación entre Matsuyama y Naoko, consumidos por la muerte de su amigo y que afrontan su pérdida por caminos opuestos.

Pero pese a la frialdad emotiva de este Norwegian wood, Hung se esfuerza por retratar con gran esmero ese tramo final de los sesenta. Sabe darle ese aire de belle epoque, de recordar una época que ya no volverá, y su preciosismo visual ayuda a no caer en el tedio.

Que la banda sonora corra a cargo de Johnny Greenwood, guitarrista de Radiohead, es otra señal de que el realizador se ha esmerado en dar el mejor empaque formal a su trabajo.

Homenaje a Bruce Lee

Afortunadamente, y a pesar de las pequeñas decepciones que han supuesto Miral y Norwegian wood, el resultado final no ha sido un completo desastre como si lo fue la proyección de The legend of the fist: the return of Shen Zhen.

Ideada como una cinta de acción que sirviera de homenaje a la obra de Bruce Lee, la producción china no deja de ser otro festival de mamporros que podemos ver en cualquier sobremesa casera con un cierto tufillo a nacionalismo chino en su mensaje. Muy olvidable.

Hablando de olvidos, Jafar Panahi. El regimen iraní prohíbe al realizador abandonar el país por lo que no ha podido acercarse a Venecia a presentar un cortometraje, El acordeón.

En un comunicado remitido al festival, Panahi agradeció el apoyo a todo el mundo del cine durante los meses que estuvo encarcelado y apostilló que, pese a haber salido de la cárcel, sigue confinado artísticamente: "Impedir a un cineasta hacer su trabajo es encerrar su mente en una celda".

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