"González era un ángel menos dos alas, González era un santo por lo civil, un dandi con un ojo a la funerala, tan rojo, tan de Oviedo y tan zascandil". No hace falta casi decir, suena inevitable y rotundamente a Sabina, quién es el autor de esta letra con la que el cantautor brindó homenaje al poeta y sobre todo al amigo que hace ya dos años largos que murió (12 de enero de 2008). Y una buena y resumida manera de acercarnos a los rasgos más definitorios del poeta que nos ha dejado algunos de los poemas más hermosos del siglo xx: Ángel González, de quien se cumplen 85 años de su nacimiento.
Aunque sean duros sus versos, aunque la desesperanza tiña en ocasiones sus letras, pese a que entre algunas de sus líneas asistamos a una progresiva e infatigable muerte de la posibilidad de evasión, la hermosura de su poesía no se resiente. Versos, los de González, que se nos agarran en una zona de la que, si no es por susurros como el suyo, muchos no sabrían de su existencia.
De otro amigo y también poeta, Luis García Montero, es la lírica biografía Mañana no será lo que Dios quiera (Alfaguara). Una obra sobre los primeros años de la vida del poeta ovetense, miembro de la generación del 50, resumen de la poesía de más de medio siglo, y una atenta mirada a nuestra historia.
La obra de Ángel González atraviesa toda la segunda mitad del xx (desde su primera obra, Áspero mundo, en 1956, hasta la última, Otoño y otras luces, en 2001) y la mejora.
Su otra pasión
El poeta, cuando no creaba, se entregaba a su otra gran pasión: disfrutar de todo lo que diera de sí la falta de luz y el riego de la copa y el buen humor más nocturno.
Sus amigos no le fallaban, eran el seguro en el que guarecer las horas más lejanas y alejadas del trabajo poético, porque, y así lo decía él: "Ser poeta es un trabajo gustoso, pero un trabajo". Los últimos amigos (de su generación apenas quedan vivos: Brines y Bonald), entre los que estaban Benjamín Prado, Sabina o Luis García Montero, lo esperaban muchas de las tardes de sus estancias en Madrid en un bar cercano a su casa, Kon-tiki. En una ocasión me invitaron a su querido bar de reunión pero, por creer que mañana sería también posible, perdí la oportunidad de acercarme a la penúltima gran figura viva de nuestra poesía, y el dueño de uno de los poemas más bonitos del mundo: Para que yo me llame Ángel González.
Casado a los 58 años, con Susana Rivera en 1993, descreído ya de casi todo ("¿Qué queda de esos días? Restos, vida quemada, nada. Historia: escoria"), seguía salvando al amor, lo salvó hasta el final. Y es éste, el sentimiento más buscado por la humanidad, el único que llega en sus versos a buen puerto. El resto, como la vida misma, se muere. "Y al final morirse", lo decía él y lo recoge Sabina, "no es tan grave"... A lo que añade el cantautor: "Y agonizó en voz baja por cortesía".
Estudiante de Derecho, periodista y poeta desde los 17 años, siempre escribió mucho más de lo que estudió Leyes. Profesor tardío, en 1972 lo invitaron a la Universidad de Nuevo México, y allá se quedó hasta que, jubilado ya, empezó a pasar largas etapas en España.
Segunda profesión
Siempre volvía sin embargo a aquel Alburquerque que lo había refugiado de Franco y la posguerra y le había permitido enseñar poesía. Porque aquí, cuando estuvo en la Universidad de Oviedo, algunos profesores no vieron bien que él, simplemente uno de los mejores poetas españoles, enseñara. Había tenido un coqueteo temprano con la enseñanza. Procedente de familia de maestros, hizo un curso tras acabar el Bachillerato y se marchó a enseñar a un pueblo de León. Pero no aguantó ni tres meses: "Allí no había nada, ni siquiera carretera, y cuando la hicieron sirvió para que el pueblo se marchara".
Premio Príncipe de Asturias, académico y poeta, sobre todo, poeta, Ángel González supo, con esa dificilísima sencillez, llegarnos al corazón y, sobre todo, brindarnos compañía. Tal vez lo más importante cuando se comprende la extrañeza y la imposibilidad de las grandes conquistas.
¿Cuándo supiste que eras poeta?
Una vez le preguntaron a Ángel González: "¿Cuándo supiste que eras poeta?", y el escritor ovetense, con una nota de lo que le acompañó toda la vida y toda la obra, la ironía, respondió: "Cuando me lo dijeron". Quizá fue poeta desde siempre, tal vez aquel niño que perdió antes de cumplir dos años a su padre (por operarse una rodilla para poder conducir) ya llevaba en los ojos parte de esa poesía que nos dejaría desde aquella primera obra Áspero mundo (1956). Luego vendrían, entre otras, Sin esperanza, con convencimiento (1961), Palabra sobre palabra (1965), Tratado de urbanismo (1987), Breves acotaciones para una biografía (1969), Prosemas o menos (1983), Deixis en fantasma (1992), 101+19=120 (2000) y Otoño y otras luces (2001).
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