De niña, al lado de su hermana mayor, guapa y extrovertida, se sentía «feílla y del montón». Tras la adolescencia, acabó con el complejo de patito feo: miraba la tele o las revistas fijándose en el maquillaje y la ropa de las chicas guapas. Aplicó a su aspecto lo que más le gustaba de cada una. Ahora, sin ir peripuesta, va elegante a todas partes, también a su trabajo de asistenta y niñera.
Aunque hace su tarea exigiéndose la perfección, no le satisface su trabajo. Le dedica muchas horas y el esfuerzo es tanto mental como físico: limpiar, ordenar, encargarse de que los niños coman, llevarlos al colegio..., todo por menos de 700 euros al mes.
«Me duele conocer a un grupo de gente joven y descubrir que trabajan en un banco, son secretarias, etc., y yo... asistenta. La gente piensa que estamos en esto porque no valemos para más. Pero, aparte de digno, es difícil y requiere organización».
Al pensar en lo que podría haber conseguido y no fue posible, arruga la nariz: «Me siento mal. Cuando era una cría veía que mis hermanos pasaban de los libros. Yo no hacía otra cosa que leer y lloraba si no sacaba un 10. Pensaba que iba a ser algo importante en la vida, porque tenía muchas ganas, ganas de hacer y aprender cosas... Mira por dónde, me equivoqué de lleno. Me da rabia. Tengo casi 30 años y talento para hacer algo mejor. No hubo ni suerte ni posibilidades».
Mantiene el optimismo con el que llegó a Madrid hace seis años. Sigue buscando un trabajo que le permita sentirse realizada. Se levanta cuando todavía no hay luz. En el Metro, mira a su alrededor: «A la gente le parecería mentira saber a dónde voy por la mañana así de arreglada, maquillada y perfumada, como si fuera a la oficina. Voy a trabajar de asistenta».
Comentarios
Hemos bloqueado los comentarios de este contenido. Sólo se mostrarán los mensajes moderados hasta ahora, pero no se podrán redactar nuevos comentarios.
Consulta los casos en los que 20minutos.es restringirá la posibilidad de dejar comentarios