Y dale con la zambomba

El fin de año es una dura prueba por la obligación de festejar, que despierta en todas partes, incluso en el Ayuntamiento, el espectro de la zambomba.
¿Y eso qué es? Pues algo así como una especie de euforia escenificada con motivo de los fastos que le inclina (al Ayuntamiento, pero también a los ciudadanos) hacia los pobres con un empecinamiento terapéutico, para él, por supuesto, que se salva así de la depresión, por un rato. Dicen que el hormigón acapara tres de cada cuatro euros de sus inversiones. Y dicen también que edificios antiguos y en estado de ruina se convierten en peligrosos por alojar indigentes.

Al Ayuntamiento (también a nosotros) le gustaría demostrarse que es humano por el afecto hipocondriaco que, precisamente durante estas fechas, invade su corazoncito hacia los miembros enfermos de una sociedad que entre tanto se ilusiona, en todos los medios, con el fantasma idiota de gastar más que nadie en adoquines.

¡Oh, yes! Al Consistorio (también a nosotros) le gustaría parecer humano, ¿no resulta irónico?

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