'25 años de rap': la biblia de los poetas cabreados

Este mes sale publicado el único libro sobre la historia del rap español. Se titula ‘Rap, 25 años de rimas’, y narra cómo surgió y se desarrolló este movimiento. El rap ha evolucionado mucho desde los ochenta, y en este recorrido nos acompañan sus autores (El Chojin y Paco Reyes) y la voyerista virtual, Kte, que quiere comprender qué es el hip hop.
El Chojín
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Roberto DEsiré
El Chojín

España tiene un nuevo capítulo histórico: la reconquista negra. En la antigua metrópolis negrera, los chicos blancos visten hoy ropa ancha e idolatran a unos tíos nacidos en las paupérrimas cuencas del Bronx. Forma parte de nuestra historia moderna, sin permiso de los hombres de letras y los escribas del sagrado flamenco. Resulta irónico. Poético. Justicia rimada. O, sencillamente, hip hop: escritores, raperos, DJ y b-boys reescribiendo nuestra entraña musical en las fosas de la creatividad íntima, ladridos de profundidad callejera.

«Unión, paz y amor» fue el lema arcaico del hip hop en sus inicios; un lema neoyorquino, desesperado, africano, surgido en el gueto en los años setenta. Sonará ingenuo en estos tiempos del insulto show, tiempos propicios para los mediocres dialécticos y las guerras secretas del marketing viral. Pero tendremos que admitir que el rap se ha convertido en un antídoto global (de Bangalore a Kuala Lumpur). Un brebaje musical para unos chicos que querían vivir su siglo, su tiempo, y expresarse, incluso antes de la Red de redes...

Por fin su peso en la historia

Acaba de aparecer la única biblia del género patrio escrita en nuestro país. Tenemos su historia en palabras, fotografías y cronologías, bajo el título de Rap, 25 años de rimas (Viceversa). Tienen los fieles de la religión del hip hop publicado el desarrollo hasta hoy, en el que el rap ya no es cosa de extravagantes bandas juveniles, sino una filosofía de existencia, un estilo de música que gana premios y se enseña en las escuelas, que llena festivales como el Cultura Urbana.

Unión. Paz. Y amor. «Hoy nos sonará cursi», como dice Paco Reyes, profesor de la Universidad Complutense y autor del libro junto a El Chojin, rapero de Torrejón de Ardoz (Madrid). Ambos se doctoraron en hip hop honoris causa. Paco ya había publicado la única tesis sobre este estilo en España (cum laude) e imparte clases en la universidad sobre esta materia.

El Chojin rapea la actualidad en La 2 Noticias, y colabora con el Instituto Cervantes. El rap empieza a alcanzar su estatus, su peso histórico en esta reconquista.

Pero no serán Paco y El Chojin los ojos que nos guíen por la cara B de las Españas musicales. Ellos serán voz y enseñanza. Los ojos se los queremos dejar a una voyerista que emerge de otro libro, un personaje híbrido que no sale de las calles, sino del futuro. Se llama Kte, es una hada virtual y andrógina, y forma parte del libro RD vr RMSY, del fotógrafo Roberto Desiré en colaboración con la poeta María Salgado. Un libro que aún no ha visto la luz.

Kte ha recorrido simbólicamente la capital, colándose en las fotografías de Roberto, flotando por la ruta oculta del grafiti madrileño (uno de los cuatro pilares del hip hop). Intentando saber, como inocente neófita, de qué trata esa cultura que parecen odiar las administraciones, qué representa ese arte que crece en las paredes furtivas de nuestro entorno urbano y cuya expresión es inseparable de la cultura hip hop española.

Recorre la ciudad invisible. Órbita vallada. Urbe de los escondrijos y los parques fértiles donde crece la perenne amapola yonqui. Sabe que todos esos grafitis representan la expresión pura, alejada del dogmatismo curator y de la contención cívica y aburrida, sirvientes del mercado y de las fuerzas del control estético.

El origen del hip hop español

Kte tiene su primera pregunta. ¿Cuándo empezó todo? Necesita la respuesta de los que estuvieron allí, en esos parques, antes de que ella pudiera acabar fecundada en la matriz de un ordenador... Todo ocurrió en 1984, como en la novela de Orwell. Las Olimpiadas de los Ángeles. Dioses que recorren las pistas retando a los titanes clásicos. Las carreras de Carl Lewis vendían en aquel entonces el mejor sueño americano. «Aquello enganchaba con el espíritu de la calle, la competitividad sana. Pero pasadas las Olimpiadas llegó el vacío y la creatividad tenía que salir por algún sitio», explica Paco.

Así llegó el popping, una modalidad de baile nacida del protohip hop, que consistía en juegos rítmicos, moviendo las manos. «Alguien llegó al parque y empezó a hacerlo. Estábamos con los calimochos, y a las chavalillas que iban con nosotros les gustó. Y claro, también a nosotros», ironiza Paco. Por aquellos días el programa 123 puso su granito de arena mediático. En una de sus variedades un artista bailó break. La pregunta golpeó los parques y las plazas. «¿Qué coño era aquello?».

El breakdance generó la primera ola del hip hop en España, hundido en las gónadas del underground periférico. «Aquello era break, tío», recuerda Paco. En aquella época surgieron películas como Beat Street, Break dance, y Electric Boogaaloo que auspiciaron la primera escuela. Por el momento en España sólo se conocía uno de los pilares del hip hop, el baile. Nadie hablaba de rap o grafiti. Y la estética, en cierto modo, bajo una mueca entre el horror y la curiosidad, nos recordaría a Eva Nasarre o la serie de los jóvenes motivados de Fama.

Kte observa las paredes de una encrucijada de hormigón en el madrileño barrio de Usera. Le cuesta entender que con un simple juego de manos empezara todo. Le cuesta creer, ella que ha nacido de un ordenador y en la era Internet, que los chavales que darían fuerza a este movimiento tuvieran que preguntarse unos a otros, investigar y olfatear la información fragmentada, preguntar a cada amigo que regresaba del extranjero sobre aquellos bailes y una música lejana que decían que se llamaba rap. Seguir la pista de los agradecimientos en los discos importados como tesoros de un lejano templo, para encontrar a los socios de su cantante favorito y así crear una red de músicos respetables. Avasallar a los soldados estadounidenses de la base de Torrejón de Ardoz sobre qué era aquello que tanto les flipaba. Así empezó todo. Con voluntad e imaginación.

El apagón analógico que caracterizó a España desde tiempos del 2 mayo hizo que la energía se diluyese. Entonces surgió la segunda ola, a finales de los ochenta, con ciertos estertores mediáticos, y temas como Vas a alucinar, de DNI. Empezaron a aparecer las primeras pintadas del artista Muelle (aunque no estuviera vinculado al hip hop), se escucharon los primeros temas de rap, y las primeras canciones de hip hop latino, como Jovanotti, padre del rap en Italia. Fue la época de las fotos de Miguel Trillo. El primer disco publicado por el sello Troya. Los precedentes, y la mala magia televisiva que hizo del rap un aborto desnaturalizado...

«El rap continuó a partir de entonces muy endogámico, nos gustaba ser incomprendidos, sabíamos quién era en realidad el Príncipe de Bel Air (Will Smith, cantante de rap antes que actor), etc. Cogimos más contenido. Era menos lúdico, con más energía», recuerda El Chojin. Grupos como Public Enemy o Wu-Tang Clan en EE UU eran los poderosos tótems a los que verter el lírico rezo.

El genuino arte de la calle

El Chojin, siendo un crío, tomaba apuntes de la información que rascaba de los soldados estadounidenses y se los recitaba de carrerilla a sus coleguitas del barrio. Y así, creciendo a la sombra, alejados ya de toda ola, sin la esperanza o posibilidad de sacar un disco, aparece una luz en el camino, el hierático canto de los grifos, titulado Madrid Zona Bruta, por el grupo El Club de los Poetas Violentos en 1994.

Kte entiende. Observa los pulpos dibujados en las paredes. Los muros de los colegios públicos, que se caen a cachos por la desidia institucional, y que son redecorados por el arte genuino de la calle, con el objeto de dar dignidad al espacio público, un espacio en peligro de ser secuestrado por espurios intereses que primero dejan en estado terminal los edificios para después privatizarlos para las grandes marcas, alejándolos de sus verdaderos dueños: nosotros. Kte comprende que el hip hop, el grafiti, el break, el rap, es ante todo intervención pública. Dotar de personalidad la calle, de vivencia, como la buena literatura impregnada en las paredes...

El disco Madrid Zona Bruta, compuesto por El Meswy, Jota Mayúscula, Kamikaze, Mr. Rango, Paco King y Supernafamacho, con la colaboración de Frank T, marcó un nuevo rumbo en el hip hop español. Fue la semilla que multiplicaría los peces, el disco que fraguó la identidad posterior. «Fue un supergrupo. Como el dream team de las Olimpiadas. No sabes la cantidad de veces que llegué a escuchar ese disco, pensé que nadie podría superar aquello», recuerda El Chojin.

Bajo la sombra de los líricos violentos creció una pequeña escena hip hop, enraizada en el verdadero sentido del movimiento, alejada del foco mediático y lo colorido de los abortos televisivos. Grupos como los barceloneses Siete Notas Siete Colores (que marcó la profesionalización definitiva gracias al fresco estilo de Mucho Muchacho), la Puta Opp, o Genoración, pronto se vieron acompañados por otras bandas y MC (maestros de ceremonias) a finales de los noventa, como Violadores del verso, SFDK, Tote King, El Chojin o los Verdaderos Kreyentes de la Religión del Hip Hop.

«El nivel empezó a subir, la cosa de puso mucho más seria, más agresiva. Esto iba fuerte», recuerda Paco. La técnica del rap creció. Los grupos se profesionalizaron, del mismo modo que los sellos. Estaba escrito. Las paredes empezaron a poblarse con hongos de colores. Las marcas de los escritores (dibujantes de grafiti), como perros heridos que buscan un territorio utópico, infectaron las esquinas, las plazas, los trenes del metro... Inventaron el sueño fantasmal de unos artistas que no buscan más notoriedad que el propio grupo, unos arañazos que hablan de creadores mudos y opacos, los pintores de aire que fascinan a Kte.

La criminalidad del rap no es mayor que la de los panaderos

Kte tiene más preguntas. Entiende la historia. Y sabe que lo mismo ha ocurrido, bajo patrones idénticos, en Marruecos, la India, Japón... El rap es un virus global. «Es universal, da igual que estés en el Bronx, en Madrid o en Sevilla», cuenta Paco. ¿Pero qué es lo que atrae, cuál es su fuerza?, quiere saber Kte. Ella, que ni siquiera es orgánica, se pregunta por la pasión, por la emoción, por un movimiento que sabe adaptarse a cada rincón en el que emerge, que contamina a la juventud obligándola a jugar con las palabras, enloquecida por la sintaxis y el verso. Tal vez su elemento patógeno esté relacionado con su filosofía. Porque toda reconquista siempre es ideológica. Y las señas de los explotados suelen ser las mismas en las cuevas de este planeta herido. «La filosofía del hip hop nace con la lucha de los derechos civiles de los negros, en EE UU, en los barrios más desafortunados de Nueva York», explica Chojin. «Era necesario. La gente dice que somos chulos. Pero esto surgió de personas que necesitaban autoestima. Que necesitaban saber que resignarse no era la solución, sino luchar. Saber que el estar en situación desfavorable sólo implica que vas a tener que luchar el doble», añade el rapero de Torrejón.

En estas palabras Kte encuentra el secreto. Y en la sinceridad que necesita cada persona para explicar su historia: viva en una favela o en una urba pija de la periferia. El rap es superación. Kte entiende por qué estos chicos se la juegan en cada pared, en cada rima. Quieren llegar más lejos, superar a su compañero, quieren lograr lo que nadie ha conseguido. Empujarse a uno mismo e impedir que te pisoteen la cabeza por las reglas de un juego injusto que parte de las castas caciques y del dónde naces para establecer las mieles del triunfo.

«El hip hop es una tribu que se esfuerza por mejorar. Tampoco hay que llenarlo de romanticismo. Pero lo cierto es que al existir el elemento de competición, eso te obliga a evolucionar, y es bueno», explica Paco. Es la agresividad verbal, la canalización de la rabia, el reflejo de una sociedad y el decir que uno forma parte de esto. En cuanto a su leyenda negra, Paco concluye: «No creo que el índice de criminalidad del hip hop sea mayor que el del gremio de los panaderos».

El rugido de gueto está inscrito en todos los estratos sociales españoles, piensa Kte. Desde los chicos malos a los informáticos, de las pijas a las macarras. El rap es el legado negro en la tierra de blancos. Venganza poética de los esclavos que le gritaron al sol. Es vacilón y marcado de una protesta íntima que no siempre tiene que ir unida a la ortodoxia política o las buenas formas y los buenos valores. Ritmo en las arterias de la expresión sin rodeos ni más billeteras que una competición de egos. Mueca presente que se burla de los viejos inquisidores de la piel y el credo rítmico.

Kte se sienta frente a uno de los muros pintados. Recuerda a su creador, Roberto Desiré, que le ha llevado durante meses por lugares que no encajan en el espacio social aceptado. Está agradecida. Abraza sus sienes. Sueña en su mundo virtual. Ve entrar a esta filosofía. Sueña que ayuda a los niños cibernéticos a encontrar la fuerza para una vida que es sinónimo de necesidades: lucha, valentía e ingenio. ¿Sobreviviremos?

Rap, 25 años de rimas. 384 páginas ilustradas. Precio: 29,90 euros. www.editorialviceversa.com

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