Blanca Li: «Me divierte ver evolucionar el baile que surge en la calle»

La cultura urbana en París tiene nombre español cuando hablamos de danza. Blanca Li anda a vueltas con el jazz-rock, la ‘electronic-dance’ y los jóvenes de la ‘banlieue’, sin olvidar sus raíces. Tras ‘Poeta en Nueva York’, la coreógrafa regresa en mayo a España con ‘El jardín de las delicias’, estrena una ópera y se lanza al cine porno.

Aunque hablamos en Madrid, adonde trajo en febrero Poeta en Nueva York, Blanca Li se refiere a París a menudo cuando dice «aquí», y a España cuando dice «allí». No es chovinismo, sino inercia. Con la misma naturalidad le da la vuelta a los adverbios, quizá descolocada de tanto saltar de un lado de los Pirineos al otro.

Ocurre que la gran revulsiva de la danza contemporánea francesa no es francesa, y de eso podemos sacar pecho: la granadina lleva veinte años recibiendo el aplauso del país vecino, donde tiene su compañía. El 31 de marzo, en el Théâtre du Châtelet, estrenó Treemonisha, una ópera de Scott Joplin que ha dirigido y coreografiado. «¿Qué locura, no?», dice con una tranquilidad que desarma. «Vamos a hacer la obra con un decorado que transmita colorido. Quiero contarla como si fuera un cuento».

No es su primer reto: ha sido actriz, bailarina, directora de cine —estrenó en 2009 Pas à pas, sobre el mundo del hip-hop—, además de rodar anuncios y firmar musicales. El jardín de las delicias, una de sus digresiones, inspirada en el cuadro de El Bosco, se verá en Zaragoza y Gijón en mayo y en Pamplona y Vitoria en junio. «Soy gamberra —reconoce—, aunque sé comportarme». Lo dice por el humor que impregna ésta y otras propuestas de su repertorio. «Es que yo me río de mí en lo cotidiano, cada día. Nunca me tomo demasiado en serio».

El espectáculo más reciente de Li, Quel Cirque!, estrenado en enero, ejemplifica su capacidad para abrir los ojos y los oídos a las últimas tendencias. «Es un montaje que he hecho con Jeu de Jambe. Son bailarines que tienen entre 35 y 40 años, llevan 20 bailando hip-hop y han desarrollado un estilo que se llama jazz-rock. Me pidieron que hiciera una creación para ellos y he estado tres meses con el grupo. Me lo he pasado fenomenal y he aprendido un montón», explica. El jazz-rock, resume, «se parece bastante al house dance, pero tiene más estilo y se inspira en las comedias musicales y en el tap dance. Tiene mucha clase. A veces hay mucho baile en el suelo y acrobacias, pero sobre todo está muy basado en el trabajo de los pies».

La danza es un camino de ida y vuelta

Quel Cirque! es una muestra más de cómo le va lo nuevo a la bailarina: «En Francia ya hace más de veinte años que se está trabajando el hip-hop hacia fuera, hacia otras culturas. Está mucho más evolucionado. Hay directores de centros de creación que son coreógrafos de hip-hop, está muy mezclado con la danza contemporánea y las óperas... La cultura en general ya ha entrado en el hip-hop, y éste ha dejado de ser sólo un baile de la calle. Pero en España todavía se la considera una danza callejera. No ha dado el paso de institucionalizarse».

Igual que el grafiti conquistó a Norman Mailer, que lo vio como el último arte subversivo, a Blanca Li le fascina la cultura callejera por su frescura: «Me encanta ver una danza que está naciendo. Hay estilos en el hip-hop que surgen casi cada día. Ahora estoy trabajando mucho con bailarines de electronic-dance, que es un nuevo estilo que ha salido de los liceos y de las calles en París», cuenta. «Me gustan las cosas que surgen de repente, porque están supervivas. Siempre estoy al loro de todo lo que está empezando, porque me divierte ver cómo evoluciona».

Por eso aplaude cómo Francia ha recorrido un camino de ida y vuelta a las calles: «Muchos coreógrafos se han inspirado en la cultura urbana para sus composiciones, y los bailarines de hip-hop han aprendido de esa relación». Y lamenta de la cultura francesa y española que «están aún muy lejos, aunque hay una admiración y un respeto mutuos». Sobre los males de lo suyo no se muerde la lengua: «En España la danza está muy mal en general. Es una pena, porque veo el potencial de los coreógrafos y es genial. Pero la mayoría se tienen que ir fuera, como los bailarines. Los que quedan tienen que luchar siempre mucho para conseguir muy poco».

Pero también conoce los problemas de integración en su patria chica: «Estoy trabajando ahora con dos escuelas en Créteil, un barrio problemático. Quizá porque soy extranjera me siento una más. Cuando llegas allí percibes que hay una separación, casi una frontera, entre París y los barrios de fuera. Te das cuenta de que lo han hecho muy mal. Espero que aquí no ocurra lo mismo, porque la inmigración ha llegado mucho más tarde».

El último reto de Blanca ha sido dirigir para Canal+ un episodio de la serie X-Femmes: «Es un proyecto muy divertido, han pedido a varias mujeres que plasmen cómo entienden la pornografía. Todas pensábamos hacer algo porno. Pero es curioso, porque en el fondo no me gusta: aunque lo intentamos, a todas nos salió algo más erótico, más poético. Teníamos ganas de ver el sexo como algo bello». Y se parte de risa al hablar de ese otro mundo de alfombras rojas y limusinas que es el cine: «Necesitas siempre quince personas detrás, mientras que en la danza yo he hecho de todo siempre sola, desde fregar un suelo hasta poner focos. El cine es industria y mediático, y las cosas mediáticas interesan políticamente. La danza no es ni industria ni mediática».

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