Miguel Ángel Solá: "¡Que Dios no me deposite en manos empresariales!"

  • Vuelve a apostar por su exitosa fórmula de teatro para emocionar.
  • Se trata de una obra autogestionada junto a Blanca Oteyza, su mujer.
  • Con ella comparte escenario en 'Por el placer de volver a verla'.
El actor y director teatral Miguel Ángel Solá.
El actor y director teatral Miguel Ángel Solá.
JORGE PARÍS
El actor y director teatral Miguel Ángel Solá.

Con El diario de Adán y Eva, Miguel Ángel Solá y Blanca Oteyza permanecieron en cartel diez años, cuatro y medio en España. Ahora buscan repetir éxito con Por el placer de volver a verla, de Michel Tremblay. Por los llenos que registran en el Teatro Amaya de Madrid, parecen ir por buen camino. Charlamos con Solá.

Han vuelto a elegir una obra para emocionar. ¿Casualidad?

No, es nuestro gusto. No concibo los trabajos que no emocionan, es la posibilidad que tiene el teatro de transformar.

¿Por qué se implican tanto en todos los montajes?

Para no estar a expensas de frustraciones ajenas, producimos, hacemos afiches y publicidad, adaptamos, actuamos y nos hipotecamos. Si nos fuera mal, no deberíamos nada a nadie. Como nos va bien, pagamos bien a los que trabajan con nosotros: la idea es que ni Blanca ni yo ganemos más de tres veces lo que el técnico.

Así conseguirán que la gente trabaje a gusto con ustedes.

Así nos damos el lujo de seguir trabajando con la gente que queremos.

¿Se pondría en manos ajenas?

Lo hice. Di de comer a muchos productores y empresarios. Y –¿cómo decirlo para que no suene feo?– algunos se olvidaban de pagarme, otros metían una cantidad de funciones que te destrozaban... ¡Que Dios no me deposite en manos empresariales nunca más!

En el cine sí depende de otros.

No tengo más remedio. Esta profesión está plagada de formas de trabajo. Pero la genuina es el teatro; no podés ocultar tus mediocridades, no hay "tirale un chorro de cebolla en los ojos para ver si llora".

Sin embargo, colegas suyos dicen que no podrían elegir.

Es lógico. Siempre se toman represalias por las opiniones que emite cada uno, y la mayor parte de ellos viven pendientes de un teléfono para trabajar.

¿La gente aquí sabe ver teatro?

Estamos en una sociedad embrutecida por los móviles, la televisión, las palomitas... La dispersión es grande. Pero aquí no vuela una mosca, y es la misma gente que prende la tele y no aguanta cinco segundos en el mismo canal. A nosotros, en estos años aquí, el público supo vernos.

¿Qué se tienen que envidiar el teatro español y el argentino?

El actor español tiene la voz dueña del idioma, proyectada, redonda, linda. Nosotros tenemos más pasión por el teatro. Aquí hay menos libertad.

¿Menos libertad?

Yo he visto a directores gritar a los actores. En Argentina a nadie se le ocurre. A mí me llega a gritar alguien y lo tiro del escenario. Aquí no tienen muy claro el rol del actor, lo ven como un mal necesario. Hay gente que los detesta porque suponen que ganan mucho más que ellos. Son prejuicios.

¿Tal vez al actor de teatro se le considera algo efímero?

En el último año de vida de Fernán-Gómez seguían reclamándole porque había tratado mal a una persona. Las maravillas que había hecho no eran titular. Es indignante como respuesta societaria.

Y todos entramos en el juego.

Pero alguien ha de romper con eso. Estamos saturados de saber lo mierda que somos. Los violadores existen, pero yo conozco más gente que está empeñada en dar de comer a sus hijos. Tengo la suerte de generar este tipo de espectáculos y, oh, de que los mismos que ven por la televisión que son unos mierdas vengan al teatro.

... Y se pregunten qué comparten sus madres con Nana.

Seguro. O "cuánto no le dije" o "cuánto podría haber sabido". Mis hijas, cuando ven que estoy triste, se ponen tristes, pero no se les ocurre preguntarme "¿qué te pasa, papá?". Ni a mí contarles, por no entristecerlas. Pero no hay costumbre del hijo de ahondar sobre el ser humano que es el padre.

¿Usa elementos de su vida para construir el personaje?

No. No pertenezco a ninguna escuela teatral, ¡a mí me va la vida en esto! Cuando termina la función, me voy contento, pensando en mis hijas, en mi mujer, a ver si voy a tener una noche de premio o si voy a tener un reto por algo que hice (risas). La masa de energía que son 600 personas y con la que tenés que mantener la atención durante el espectáculo, ésa la manejo; que no me vengan a hablar de la cuarta pared.

¿A sus hijas les llama actuar?

¡Si este mundo es precioso! A la mayor, sí. Y la menor ahora anda por paleontóloga, pero seguro. Después está la vida.

[Oteyza chilla en la habitación contigua, y Solá le grita al maquillador: "No la ahorques, maquíllala nada más". "¡Me está fumigando, Migue!", dice ella. "Bueno, es para que no se separen los pelos, mi amor, si no vas a parecer Cachavacha", responde él.] Nuestra filosofía de trabajo es ésta. La compartimos, en todo. Y en el escenario ya es para aplaudir con las orejas.

¿Le gustaría, entonces, que las niñas se dedicaran a esto?

Me gustaría que fueran felices. Si la felicidad es esto, mejor, me sonaría lógico y podría comunicarme con ellas. Tengo casi 60 años, pero algún tiempito podremos compartir si no sigo teniendo accidentes (risas)...

¿Cómo vive la crisis España?

Ustedes no tienen ni idea de lo que es la crisis. En 20 años pegaron un subidón, tomaron costumbres de nuevos ricos y se olvidaron del hambre que pasaron. En el 88, Lluís Pasqual encontró en un contenedor un reloj firmado por Gaudí.

¿En Barcelona?

Sí. Fruto del nuevorriquismo. Por otro lado, es un país que yo quiero mucho. Me dio la oportunidad de seguir trabajando y de criar a mis hijas, otra familia, amigos... Mal no le puedo desear. Sí a la gente mala. A la gente buena, como a la de cualquier lugar, le deseo que triunfe. Ojalá algún día veamos triunfar a los buenos.

¿Somos tan brutos como se nos ve en Argentina?

¿Quién dijo que los ven brutos? Son mitos populares. En Argentina se los quiere mucho. Van actores de aquí, Sacristán, Imanol, y se los trata como ni se trata a los actores de allá.

¿Usted piensa volver?

Yo nunca pensé que me iba a ir de mi país, y aquí estoy. [Iré] donde quiera mi mujer. Si se quiere ir a Helsinki, aprenderé helsinkiano (risas). Voy donde esté la persona que amo. ¿Dónde voy a ir, y a esta edad?

¿Le gustaría representar esta obra tanto como El diario...?

Me encantaría. Me da tiempo de conocer más al personaje, que se distiende, se abre y habla más a través de ti.

¿Y respecto a las incursiones en otros ámbitos?

Lo único que me importa es que en casa podamos comer. Ojalá pudiéramos ahorrar, porque mis accidentes se llevaron los ahorros para producir. Pero, después, soy vago. Me gusta escribir, estar en el jardín, con mis hijas y echar la mayor cantidad de siestas posible.

¡En absoluto parece vago!

Soy vago, pero frustrado. No he parado de trabajar desde los 17 años. Aquélla [Oteyza] prometió que me iba a mantener, hace 15 años, y ahí estoy.

Deseemos que todo vaya bien.

Sí, sí. ¡Virgencita, virgencita, que no me pase nada más, por favor!

Lo que se llevó los ahorros

El estreno de Por el placer de volver a verla en Madrid estaba previsto para el pasado 18 de enero, pero tuvo que aplazarse cuando faltaba menos de una semana porque Solá sufrió un desmayo en su casa. El otro de los accidentes a los que se refiere el actor cuando afirma que "se llevaron los ahorros" que tenían para producir ocurrió en 2006. Entonces, una ola gigante lo arrastró cuando nadaba en una playa de Gran Canaria y le ocasionó una lesión medular que lo tuvo apartado del trabajo tres años. Por eso desea no tener "más sustos".

BIO. Nació en Buenos Aires (Argentina) en 1950. Es la novena generación de actores, «sexta comprobable por fotos». Está casado con la española Blanca Oteyza, con quien tiene 2 hijas, de 13 y 9 años. Acumula decenas de premios por su trabajo en cine. En teatro, más de 1 millón de personas lo vieron en El diario de Adán y Eva, de Mark Twain.

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