Mariló, 22 años, esperaba sentada con su bebé, arropada por su gente. «Traigo todo lo que me da suerte», comenta sonriendo. Pepi se aferraba a una estampa de San Judas Tadeo. «Espero que el patrón de los imposibles le dé suerte a mi hijo; tiene 30 años y ya lleva 6 sorteos», explicaba con lágrimas en los ojos.
El bombo comenzó a girar a las 11.15 horas. Todos contenían la respiración.
Dos únicos números decidirían el destino de las viviendas. La cifra de las bolas serán los primeros propietarios y los números correlativos los del resto de agraciados.
Primero, las adaptadas
El primer turno fue para los 23 pisos adaptados a los que concurrían 316 discapacitados. El número 139 y los 22 siguientes se convirtieron en propietarios. Después, llegó el gran momento. Una probabilidad entre más de 41.000.
Cayó la bola y el pabellón se quedó en silencio. La suerte ya estaba echada. El número decisivo, el 17.185. El bullicio se apoderó del pabellón.
Los que tenían los 696 números siguientes daban gritos de felicidad al darse cuenta de que, al fin, tenían un piso a un precio tres veces inferior al del mercado (entre 56.000 y 89.000 euros). Y algunos de los que vieron la suerte pasar de largo abucheaban frustrados.
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