Llegada a clase
Al llegar a su facultad busca las escaleras. «Podría subir por la rampa, pero mi ceguera no me impide subir y bajar escalones», comenta.
Una vez dentro del edificio, sus reflejos deben seguir en guardia. En el baño, el simple hecho de secarse las manos es todo un desafío, como lo es el intentar moverse en la cafetería, donde nadie le ayuda y puede encontrarse obstáculos desconcertantes, como un grupo de sillas apiladas.
Ya en clase, toma apuntes con el Braille hablado, un procesador de textos con voz y una conexión para impresoras normales o en braille, con la que puede imprimir exámenes o apuntes.
Aun pudiendo hacer los exámenes escritos, se siente discriminado: muchos profesores le obligan a hacerlos orales. «La ONCE tampoco ayuda demasiado», asegura Javier. «Ya en el instituto, algunos manuales de inglés me llegaban después del examen y ahora, en la universidad, parece que van por el mismo camino».
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