El concurso literario 'De mayor quiero ser... ¡escritor!' ya tiene ganadora

  • Se trata de Marta Rodríguez de Diago, 13 años.
  • Ha ganado con su historia un lote de once libros.
Portada de cinco libros de Alfredo Gómez Cerdá.
Portada de cinco libros de Alfredo Gómez Cerdá.
EDITORIAL EDELVIVES
Portada de cinco libros de Alfredo Gómez Cerdá.

Una llave, un cofre y un espejo de oro. Son los protagonistas del relato A miles de kilómetros, iniciado el pasado mes de diciembre por el reciente Premio Nacional de Literatura, el autor Alfredo Gómez Cerdá, y terminado por Marta Rodríguez de Diago, de 13 años, ganadora única de nuestro concurso De mayor quiero ser... ¡escritor!

Esta madrileña aspirante a escritora se ha llevado con su historia un lote de once libros de la editorial Edelvives con los siguientes títulos: Barro de Medellín (Alfredo Gómez Cerdá), El volcán del desierto (A.G.C.), El secreto del gran río (A.G.C.), Un amigo en la selva (A.G.C.), El mago del paso subterráneo (A.G.C.), El monstruo y la bibliotecaria (A.G.C.), Las pesquisas de Amy Carter, ¡Sabotaje! (Karen King), Las pesquisas de Amy Carter, Contrabando (K.K.), ¡Qué amiga tan deliciosa! (Franziska Gehm), Locos por el fútbol, el partido del año (Fraude Nahrgang) y Mala luna (Rosa Huertas).

A continuación reproducimos el cuento entero, tal y como ha quedado:

A miles de kilómetros

José tenía doce años y trabajaba doce horas al día. No quería cumplir más años por si al patrón se le ocurría aumentarle también la jornada. A pesar de eso, era una suerte, pues solo los niños más afortunados de su barrio conseguían un trabajo, como él. El resto, vivía en la calle y de la calle. Un día, José se encontró un pequeño cofre de madera. Estaba muy viejo y su cerradura de hierro, roñosa. Desde luego, no servía para nada. Intentó abrirlo varias veces, pero no lo consiguió. La tapa parecía literalmente soldada al resto. Cansado de forcejear con él, lo guardó junto a sus pocas pertenencias, pensando que le serviría para hacer astillas con las que prender el fogón, y se echó a dormir.

A miles de kilómetros de donde José vivía, Santiago salió de un moderno edificio. Antes de entrar en el lujoso coche que le estaba esperando en la puerta, con el chofer haciéndole una reverencia, volvió la cabeza y sonrió satisfecho. Aquel edificio era la sede central de su empresa, que ya estaba extendida por todo el planeta. Por eso, Santiago era uno de los hombres más ricos del mundo. Antes de entrar en el coche, junto al bordillo de la acera, vio algo que brillaba. Aunque no acostumbraba a hacerlo, se agachó y recogió un objeto. Ya en el coche, lo estuvo observando con detenimiento. Se trataba de una llave de oro. Se preguntó qué podría abrir aquella llave; sin duda, tendría que ser algo muy valioso. Pero como no encontraba una respuesta, se guardó aquella llave en el bolsillo de su americana, apoyó la cabeza en el respaldo mullido del asiento y se quedó dormido…

…Tenía un largo camino por delante de miles de kilómetros y necesitaba estar descansado. Su edad era también de doce años, al igual que José, pero sólo trabajaba dos horas escasas al día. Se dirigía hacia un pobre barrio, por motivos de trabajo. José se había enterado de que iba a visitar su barrio Santiago el consejero. Santiago era un niño rico, sin dificultades en la vida y del que decían que tenía respuesta a todo. Pero José no se creía esto último y, para demostrar que era un estafador, decidió preguntarle algo que nunca podría responder, así que cogió su cofre y se dirigió al edificio más moderno del barrio, la empresa de Santiago.

Santiago llegó a su lujoso despacho y se acomodó en el sillón. Sabía que en ese tipo de barrios tan lúgubres, los niños, andrajosos y sucios, entraban en su tienda pero no compraban nada, sino que le pedían consejo. Casi al caer la tarde llegó uno de esos niños con un viejo cofre en la mano. - ¿Puedes abrir esto?- Preguntó José sin andarse con rodeos. Santiago estuvo a punto de decirle que no pero, para sorpresa de José, se sacó una llave del bolsillo y la insertó en la cerradura. El pequeño cofre se abrió mostrando un espejito de oro, que reflejaba por las dos caras. José se miro en una y se vio todo despeinado, sucio y con la ropa hecha jirones; Santiago se miró en la otra cara y se vio limpio, bien arreglado y con su chaqueta más cara. De repente, al estar los dos reflejados, José entendió el mundo de Santiago, que era más duro de lo que el pensaba y Santiago entendió a José, que era feliz a pesar de su pobreza. Y así, los dos se hicieron muy amigos, y los miles de kilómetros que les separaban se convirtieron en unos escasos centímetros".

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