Es triste que en toda la urbanización no haya un centro de salud, un quiosco o un supermercado. Pero lo peor es que para conseguir que esa aglomeración de bloques de viviendas pueda ser mínimamente habitable, los pacientes propietarios tengan que salir una y otra vez a las desangeladas aceras para poner el grito en el cielo. Y, aun así, sigue sin haber buenas noticias.
De nuevo se anuncian malos tiempos, fétidos olores y riadas de protesta. Navia sobrevive y avanza con la ilusión de quien ha planeado una vida nueva sobre unos cimientos de estreno, pero, en esta ciudad, donde todo se hace a destiempo, con prisas y a medias, parece que la ilusión nunca es suficiente. Todavía hay demasiados errores de los que arrepentirse.
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