El actor catalán sigue de moda en Francia, y ahora encarna a un inmigrante español en Ricky, la última película del reputado François Ozon.

¿Qué pensó al leer el guión?

Que era raro y tenía un poco de todo. Tengo la suerte de que me lleguen guiones personales, de directores con universos muy distintos. La idea era brillante y golosa, mezclaba lo cotidiano con lo milagroso. La película no se parece a ninguna otra, e incrusta hechos fantásticos en un mundo muy real.

¿De qué va la película?

De la familia de hoy. Ozon nunca cuenta historias planas, sino que mete en ellas algo escondido y malsano. Destruye el modelo tradicional de familia, y Ricky va mucho más allá de la historia de un niño con alas gracias a un tono y un final ambiguos.

¿Cómo es su personaje?

Retorcido, como la película. Parece buen tío, pero provoca dudas. Ozon lo escribió pensando en mí, por mi capacidad de ofrecer dos caras.

¿Se le da bien hacer de padre?

Tengo una hija de 13 años y otro de 11, y se me dan bastante bien los niños. En Ricky tuve que mostrarme más torpe de lo que soy, y creo que el resultado es muy divertido.

¿El actor-bebé era uno solo?

No, eran cuatro de verdad y varios muñecos. Me descojoné bastante en alguna de las escenas donde, volando, el niño se da golpes contra el techo.

Las alitas no son tiernas...

Es algo muy de Ozon: las alitas no son monas, sino que dan bastante asco.

Y la historia es bastante dura.

En todas las familias, que nazca un bebé supone la llegada de un angelito, de una estrella, del nuevo. Todo es cojonudo. Pero también genera fricciones, que algunos se tengan que adaptar, algo que la película lleva al límite.

También explotan al niño...

Si algunos ponen a su hijo a rodar anuncios, ¿por qué no hablar de eso? Enriquecerse haciendo trabajar a un bebé suena bastante ilegítimo.

¿Cómo se presenta, profesionalmente, 2010?

De cine, de momento, no tengo nada concreto, así que me dedicaré al teatro. Quiero recorrer España, Francia y Colombia con Non Solum, haciéndola en castellano, catalán y francés.