Can Serrat: 20 años de diálogo con el arte

En 1989, un grupo de artistas noruegos llegó al pequeño pueblo catalán de El Bruc, donde encontraron la masía en la que establecer la residencia que habían soñado. El pasado julio celebraban su vigésimo aniversario rodeados de nuevos huéspedes, mientras recordaban las historias vividas desde su creación hasta hoy.
Can Serrat
Can Serrat
Juan Lafita
Can Serrat

«Can Serrat es diferente al resto de residencias. Creo que ha retenido parte de su pasado indómito y es un lugar donde artistas de cualquier nacionalidad pueden relacionarse de una forma menos estructurada. La masía parece abandonada y está llena de maleza, pero hay algo mágico en sus escaleras, mosaicos de azulejos, porches y esculturas escondidos por todas partes. Había ido a terminar mi novela pero, después de dos días buscando un lugar para escribir, asumí que estaba allí para absorber lo que me ofrecía el ambiente. Cambié de idea: es una residencia para inspirar». Son las impresiones de Jessica Lott, una escritora de Brooklyn, sobre su estancia en la masía.

Cuando llegas a Can Serrat, un montón de intervenciones artísticas te dan la bienvenida. Después de una visita rápida a este enorme espacio, notas que todo está en constante evolución, a punto de ser otra cosa, que la residencia es un producto de la ebullición de ideas que fluye en la cabeza de los artistas que la gestionan y que residen en ella por temporadas. La historia de Can Serrat está compuesta por miles de fragmentos de otras historias y todas ellas han dejado su huella en esta masía tradicional: desde las obras de arte de la iglesia de El Bruc —que salvaron de su quema inminente cuando decidieron modernizar la parroquia—, hasta los mosaicos hechos por los alumnos de escuelas de arte noruegas en paredes y suelos, pasando por miles de detalles en forma de frescos o esculturas que se han incorporado en cada rincón dejando la impronta de algunos de los artistas que la disfrutaron.

Un espacio con energía femenina

Una de las cosas que más llama la atención al llegar es que casi todos los residentes son mujeres. Entre sus habitantes hay muchas escritoras, alguna escultora, una pintora que quiere terminar una acuarela al día, una fotógrafa francesa que acabó eligiendo Can Serrat por su miedo a coger el avión, una simpática videoartista estadounidense que trata de emular el estilo de Brad Pitt... Pero también un poeta visual que repite residencia por undécima vez y un diseñador de moda de origen cubano casado con una de las escritoras. Aun así, Vilde (una de las propietarias) cree que «ésta es una casa con energía femenina».

La mayoría de los que comparten este espacio proceden de Noruega y Estados Unidos, pero cuando profundizas un poco más descubres entre los estadounidenses orígenes de lo más variado, desde Asia a Suramérica. En cuanto al proceso de selección y concesión de becas para las residencias, «existe un jurado de artistas profesionales, algunos de los cuales ya han recibido la beca o han pasado por Can Serrat, que estudia las solicitudes y decide», cuenta Helle (otra de las propietarias). Para el resto de artistas que desean pasar allí una temporada, normalmente basta con dirigirse a www.canserrat.org y presentar un informe de su trabajo.

En busca de inspiración

Los residentes suelen quedarse en Can Serrat durante un mes. A veces llegan con un proyecto concreto que llevar a cabo, pero en muchas ocasiones esperan a que sea el lugar el que los inspire. En lo que suelen coincidir es en las expectativas en relación a su estancia aquí, en torno a la posibilidad de colaborar con otros artistas, aprender de otras formas de trabajo y experimentar la vida en comunidad con otros creadores. Probablemente, Van Gogh tuvo la idea originaria de crear la primera residencia de artistas, invitando a todos sus amigos pintores a pasar temporadas en su casa de Arlés.

Además de residentes, hay mucha más gente con la que encontrarse aquí: el grupo de propietarios (todos ellos artistas noruegos), que sigue pasando temporadas en Can Serrat, el vecino del pueblo de al lado que suele acercarse a saludar, el que estuvo ligado a los comienzos de Can Serrat y este verano ha hecho una escapadita para ver a los amigos... Bard, que gestiona el lugar y con quien ya había estado en contacto antes de venir, me cuenta cómo se organizan en cuanto a las tareas comunales: dónde se almacena la comida, sírvase usted mismo, limpie su cuarto... Un calendario en la pared garantiza que cada día dos personas se encarguen de mantener la limpieza un poco más general: lavar los platos, ayudar para la cena...

Aparte de eso, no hay muchas normas aquí: cada uno se levanta y hace su plan del día. Hay quien trabaja en la soledad de su habitación, quienes prefieren compartir estudio y fomentar las posibles sinergias con artistas de otros países y disciplinas, quienes quieren aprovechar los espacios y la luz al aire libre, y los que eligen hacer excursiones por los alrededores para que su obra se empape del entorno donde se ha generado.

Dos convocatorias nos reúnen cada día: la hora de la cena y las presentaciones. Para la cena hay una cocinera y, si no llueve, se come fuera, bajo la parra, en una mesa muy larga que invita a que muchos se sienten en torno a ella. Es entonces cuando aparece gente de los alrededores y el momento de la charla y hay quien trae la guitarra y hay quien canta.

A menudo, antes de la cena, se organizan presentaciones en las que cada residente muestra su trabajo: hace una lectura, proyecta su vídeo o dibujos y contextualiza lo que expone. Después viene el turno de preguntas y el debate. En ocasiones, estas presentaciones surgen de manera mucho más espontánea y alguien se ofrece a enseñar la sesión de fotografías que ha hecho encerrado en el estudio durante el día o se sienta a pintar lo que tiene al lado o hace una muestra retrospectiva improvisada de su trabajo en el Mac...

La fantasía de un palacio en el sur de Europa

Vilde y Helle, dos de las fundadoras más implicadas en la gestión de Can Serrat, me cuentan los comienzos. Vilde —orgullosa de vestir lencería y tacones hasta cuando carga sacos de arena en una carretilla— se entusiasma y te envuelve con su historia: «Al principio, el Can Serrat en el que ahora nos encontramos no se llamaba Can Serrat. Era un palacio en la imaginación de los alumnos de una escuela de arte noruega, un grupo de estudiantes que cuando acabamos nuestra formación nos reunimos con nuestro profesor, Thorleif Gjedebo, para pedirle que siguiésemos compartiendo un espacio de reunión. La escuela inicial se quedó pequeña, Thorleif compró una antigua fábrica y los alumnos ayudamos a acondicionarla. Algunos nos quedamos a vivir allí, yo cocinaba para los nuevos alumnos, por la noche regentábamos un club ilegal en el que hacíamos performances y exposiciones... y fantaseábamos en voz alta con un palacio en el sur de Europa en el que seguir reuniéndonos».

Un día, Andreu, un catalán casado con una noruega a la que pretendía convencer para abrir un restaurante en El Bruc, escuchó esta historia en el club y vio la solución al temor de que su mujer se aburriera en este pueblecito: hablaría con los artistas de Can Serrat y, una vez que otros noruegos se establecieran allí, su esposa se adaptaría más fácilmente a la vida en Cataluña.

Vilde sigue relatando: «Algunos teníamos miedo de que se desvaneciera el sueño. Thorleif decidió que si el sitio venía hasta nosotros, no podíamos decir que no». El profesor compró billetes para todos a España y cuando Live R. Skeindo, Leah Johnstone, Vilde von Krogh, Siv. Benthe Johansen, Terje Nicolaisen, Ingvild Nergaard, Vibeke Maruburg, Tone Fjaereide, Hanne Getz, Helle Storvik y Helle Kaaren aparecieron en la masía en ruinas de El Bruc, Can Serrat empezó a ser lo que es. Fueron tomando parte en el proyecto sin tener muy claro hacia dónde iban, pero con muchas ganas, y el espacio fue evolucionando hasta lo que hoy es, hasta lo que será mañana: probablemente vengan más escuelas de arte, probablemente haya más relación con el exterior.

El pasado 17 de julio celebraron el vigésimo aniversario de la residencia de artistas y, sorprendentemente para los que miramos desde fuera, hasta este año todos los socios iniciales han seguido involucrados en Can Serrat. A la entrada de la masía te siguen recibiendo las fotos de cada uno de ellos hace 20 años, incluso la de Vilde «intervenida» por ella misma con quemaduras de cigarro. Helle, con un español que da fe de los años que hace que se instaló en Can Serrat a pesar de su innegable aspecto de noruega, asegura: «El camino hasta aquí ha sido una escuela de tolerancia, de estar abierto a distintas ideas y de intentar buscar siempre el lado bueno de la aportación de todos los que han ido pasando por Can Serrat a lo largo de estos años».

Carácter cambiante bajo una misma filosofía

Los propietarios no viven aquí, normalmente durante el año se queda alguien que gestiona la residencia. En los inicios fueron algunos de los fundadores, luego un artista inglés que usaba el taller de impresión, «una pareja belga que organizaba fiestas glamurosas» —me cuenta Helle mientras repasamos el álbum de fotos—. Cada uno ha tenido libertad para darle su propio carácter. Ahora Bard, un noruego viajero casado con una peruana, empieza su ciclo con ganas de coordinar cursos mientras planea su próximo documental.

Buscando pistas de los que visitaron la residencia en las estanterías, se pueden encontrar libros tan variados como El tratado de la pasión, de Eugenio Trías, What should I do with my life, de Po Bronston, Las sectas, Harry Potter, los dos volúmenes de Los americanos, de Gertrude Stein, o The innocents abroad, de Mark Twain, aparte de viejos volúmenes de pintura o diccionarios de idiomas.

En Can Serrat se comunican en inglés y noruego, te lo avisan cuando llegas y ven que eres española. Y se habla sobre ambición de reconocimiento y competitividad entre amigos artistas, de la película Into the wild, de la dicotomía entre encontrar la fórmula del éxito o tu expresión más personal, de las parejas de artistas y la educación de los hijos en un entorno creativo, y de hasta qué punto es necesario que los niños crezcan en un ambiente estable o se les acostumbre a adaptarse a distintos entornos desde pequeños, de Facebook y las redes sociales... Si haces la casi inevitable excursión al Monasterio de Monserrat (muy cercano a la residencia), es fácil que salga el tema de la religión y las supersticiones noruegas.

Es fácil imaginar en un lugar como éste a Peter Franz, escultor y jugador de rugby americano, que concibe «la vida y el arte como un diálogo entre individuos». Les pregunto por qué eligieron Can Serrat y la respuesta mayoritaria es porque querían venir a España, por la cercanía a Barcelona combinada con un ambiente relajado y flexible rodeado de naturaleza y por la posibilidad de contar con distintos estudios adaptables al tipo de trabajo a desarrollar.

Se acaba mi tiempo aquí, vuelvo con un bloc de apuntes inconexos y mucha información y sensaciones en la cabeza, entre ellas la curiosidad por cómo seguirá evolucionando este espacio contagiado de la creatividad de los que lo habitan.

Mostrar comentarios

Códigos Descuento