Una nimiedad si lo comparamos con los 119.895 vascos que sobreviven como pueden en un sistema que aprieta pero no ahoga. Es cierto que los pobres de Bilbao no sirven de abrevadero a las moscas más crudas del Universo, como en África.
Aquí son más decentes y están más aseados, aunque el esperpento de ver a uno de ellos durmiendo en un cajero de la ciudad debería invalidar los presupuestos de quienes confían en nuestro progreso.
Entre subidas del IPC y bolsas de valores, seguimos confiando en las generosas redistribuciones que los dueños del dinero hacen para mantener controlada la pobreza en unos límites tolerables. ¿Y, cuál es el límite?.
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