Este verano, la capital hervía de guiris queriendo comer rico y eran contados los restaurantes abiertos. Algún japonés se habrá vuelto a Nagoya pensando que el doner-kebab es el cacareado pintxo vasco.
Tenemos la costumbre de creer que la espantada de bilbaínos vacía nuestras calles y no caemos en que hay un nuevo público dispuesto a hacer gasto si le dejamos dónde. En cambio, el británico que tiene el mal gusto de cambiar el Pride of Bilbao por el ferry a Santander se encontrará la capital cántabra con el comercio y la hostelería a todo trapo. Sí, ellos tienen más costumbre de ver gentes de fuera, pero o nos ponemos las pilas o los turistas acudirán a ver Bilbao en verano. Se nos escapan vivos, señores.
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