Y así lo afirma Sergio Rodríguez, autor de la web lahistoriadelapublicidad.com, en Busque, compare y si encuentra un libro mejor, ¡cómprelo!, una obra cuyo título juega con la mítica propaganda de Colón: "Hay tres cosas en la vida de las que el ser humano no puede escapar: la muerte, los impuestos y la publicidad".
Los anuncios de antaño eran de factura sencilla. Muy kitsch –en comparación con los actuales– y siempre recurrían a la fórmula del eslogan. Frases que por su soniquete conectaban con el espectador. "Wipp Express…, ahora la suciedad está en el agua", "El algodón no engaña", "Lo bueno sabe bien" o "A mí plin, yo duermo en Pikolín". Propagandas ingenuas con las que no hacía falta esforzarse mucho para recordar o descubrir el producto que se anunciaba.
Los jingles, aquellas melodías tan pegadizas que servían para identificar la marca, jugaron un papel importante. Fueron tan eficaces que aún hoy suenan en nuestras cabezas con cierto tono de nostalgia. "Soy La Española, una aceituna como ninguna…", "Las muñecas de Famosa se dirigen al portal…", o "Vuelve a casa vuelve…" son sólo algunas cancioncillas que han quedado impresas en la memoria.
El humor no faltaba. "Si no hay Casera, nos vamos" o "¿Dónde está Curro?" se pusieron tan de moda como ahora el "Sabe a Mixta", un claim que puede gustar más o menos, pero que está integrado en las conversaciones de la calle.
Campañas emblemáticas que irremediablemente van ligadas al recuerdo de otro tiempo.
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