La (mala) suerte de la guapa

Yolanda Castaño reflexiona sobre apariencia e identidad
Profundidad de campo
Profundidad de campo
Kritipop
Profundidad de campo

«La belleza es un cerrado círculo, un vicio oscuro, un /remordimiento»

Dictan los profesores de lengua y literatura que un escritor se compone de barba y kilos de más, que las fotografías que aliñen un reportaje nos lo mostrarán trajeado y con metafísicas pupilas. Sobre las escritoras, un prejuicio no muy diferente: elimina el vello del rostro —o no— y sustitúyelo por unas lentes de cristal grueso, por ese «torpe aliño indumentario» que Machado se adjudicó y hoy se extiende al gremio.

Sin embargo, los tópicos no cuadran con Yolanda Castaño (Santiago de Compostela, 1977): ganadora del Premio de la Crítica a los veinte años,Profundidad de campo una década más tarde, su obra —escrita originalmente en gallego— se traduce al español y publica de forma inmediata, combinando ventas y prestigio. Y se pinta los ojos y los labios, y no pretende afearse ante la cámara, y —ya, literatura— con su voz salta y se renueva.

Hacer literatura con talla 36

Frente a su anterior poemario (Libro de la egoísta, que en ocasiones bordeaba la expresión surrealista y la escritura automática, avanzando en su preocupación por diseccionar la identidad, el qué hacemos para hacernos), Profundidad de campo destaca por su claridad, por esa nitidez del efecto que lo nombra: fiel al poderío visual que es marca de la casa, Yolanda Castaño abre la puerta de sus textos a un deje coloquial. «Una navaja lenta es el proyecto de la identidad. / Una celebración añil el re-conocimiento». Quizá identifiquemos en la belleza como zancadilla el eje central del libro, quizá más bien reparemos en el efecto de la mirada ajena en nosotros mismos, en la capacidad del otro para juzgarnos y el modo en que nos transforman y condenan al fingimiento y la máscara «incrustada en la cara», «monstruo hermoso y abatido».

En Profundidad de campo se implora perdón por aspirar a convertirse en una misma («mensajera de mí, / que no supiste mentirme con / más ganas»), se promete que se continuará siendo una misma («promesa de poder ser yo / cuando mis pechos sucumban»), se arroja la toalla («si no pueden reinar mis tobillos / como los de paso más firme, / que entonces reinen, al menos, / por estrechos») y se recurre al mito de Pinoccio, de madera a humano por el sentimiento ajeno («si atendieses a este lado de la retina, podrías entender este desorden de corazones, / podrías por fin tocarme el corazón»).

Yolanda Castaño no ajusta cuentas, pero sí aclara, y construye con este poemario un manifiesto sobre la libertad de cada uno, y al mismo tiempo provoca el debate: hasta qué punto la poesía —el género de la intimidad— y su poesía —de tintes confesionales, autobiográfica— transita caminos diferentes a los de su propia vida. ¿Hasta dónde el poema es uno, y el poeta otro? «No te acuerdes de mí», finaliza Profundidad de campo. Es tarde, desde luego: Yolanda Castaño enfoca. Y dispara. Y no se nos olvida.

Visor /86 páginas / 10 euros

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