Larga vida al insolente

Siniestro Total regresa a su ciudad prohibida con la fe renovada en el comunismo lisérgico y la insolencia inteligente de una banda con catorce discos en el zurrón.
Julián Hernández lidera Siniestro Total, una banda con más de veinte años y catorce discos a sus espaldas.
Julián Hernández lidera Siniestro Total, una banda con más de veinte años y catorce discos a sus espaldas.
Ricky Dávila
Julián Hernández lidera Siniestro Total, una banda con más de veinte años y catorce discos a sus espaldas.
A Julián Hernández y compañía no les ocurre lo mismo que a los jóvenes de Deluxe, para bien o para mal. Si se hubiesen muerto antes de tiempo, como en la canción, no habrían firmado catorce discos y un recopilatorio triple. Eso es cierto. Pero también se habrían ahorrado, a su edad, un frente inmerecido.

Y es que a Siniestro Total, una de las bandas ya legendarias de esta ciudad, con perdón, se le resisten los grandes auditorios. Ni el parque de Castrelos ni el pabellón de As Travesas han recibido de momento la visita de los autores de Made in Japan (1993).

Este fin de semana, con su reciente Popular, democrático y científico (Loquilandia/El Diablo, 2005) bajo el brazo, los incombustibles insolentes regresan a un rincón de su ciudad prohibida: la Sala A!, en la Avenida de Beiramar.

La veteranía es un grado. Los veinte años ya son cosa del pasado. Los cumplieron primero ellos y después la banda, que lo celebró en 2002 con el triple álbum ¿Quiénes somos?, ¿de dónde venimos?, ¿a dónde vamos? Las preguntas son viejas, pero la respuesta es nueva. O casi, porque se llama Popular, democrático y científico, un disco que recuerda, sólo en el título, la enseñanza aquélla que los progres reivindicaban en la España de los setenta a golpe de megáfono.

Producido por el mismo Joe Hardy que redondea los discos de Steve Earl, en el último álbum de Siniestro Total se encuentran la psicodelia de los sesenta, el rock americano de raíz, el punk más auténtico de la Inglaterra de los setenta y el maoísmo surrealista que  Julián Hernández y los suyos se han inventado.

Colectivizar el amor

Si en Monstruos todo es lucidez y paranoia, en Cerrado por cansancio se reconoce la derrota cotidiana de la mediocridad. Las relaciones colectivizadas de Por un amor... conviven sin complejos con el incesto de Bésame, soy gallego. Todo cabe en el maoísmo lisérgico.

* Sala A! Viernes. Avenida de Beiramar, 113. 23 h. 15 euros.

Un vigués de Madrid... o todo lo contrario

‘¿Cuándo se come aquí?’ (1982) fue sólo el principio de la polifacética carrera de Julián Hernández.

Dice su biografía secreta que Julián Hernández es un gallego de Vigo que nació exiliado en Madrid en 1960. Y que desde entonces, o incluso antes, ha llevado gafas. De formación cosmopolita, se inició en el manejo del futbolín en el Instituto del Calvario, o muy cerca, deporte que abandonó por el botellín en la Autónoma de Madrid. Finalmente, quién sabe cómo, aprendió a tocar el flautín en el conservatorio de la capital.

Además de catorce discos más uno con Siniestro Total, Julián Hernández ha puesto música a muchas de las aventuras poéticas de otro vigués, Manuel M. Romón. Autor de ¿Hay vida inteligente en el rock and roll?, columnista, actor colateral y francotirador ocasional en programas de televisión, tiene desde hace cinco años un proyecto musical paralelo junto al acordeonista de los desaparecidos Os Diplomáticos de Montealto.

Rómulo Sanjurjo es, aunque el matrimonio está en crisis, la otra mitad de Transportes Hernández y Sanjurjo, una extraña pareja emparentada con la gran familia del Gran Wyoming, el Maestro Reverendo, Javier Krahe y Pablo Carbonell.

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