Bajo un espléndido sol de otoño: así, hace casi 25 años, es despedido François Truffaut. Incinerado en Père-Lachaise, cerca de los restos de Morrison, Proust y Wilde, sus cenizas son trasladadas a una fosa de Montmartre. Su última compañera, Fanny Ardant, y amigas como Isabelle Adjani o Catherine Deneuve embellecen la comitiva fúnebre. Es un adiós precipitado, imprevisible, triste. Un adiós muy similar a su vida.
Nacido en 1932, Truffaut nunca conoce a su padre. Su madre, casi adolescente y proclive a los amores fugaces, reniega del bebé. Raquítico, amarillento, Truffaut languidece durante su niñez, como un intruso a la sombra de un padre adoptivo y una indiferente madre. Un niño adicto a los libros, alérgico a la disciplina y enamorado del cine.
Deslumbrado por el reflejo de los cascos alemanes, el niño Truffaut frecuenta pronto en el París ocupado el Clichy, el Roxy, el Pigalle o las seis mil butacas del impresionante Gaumont Palace. "La vida era la pantalla", escribió después.
Una ola incontenible
Las colonias de verano le sirven para probar los primeros besos; los cineclubs, para descubrir a Hitchcock, Renoir o Cocteau. En 1948 se cruza con el prestigioso crítico André Bazin, pronto deslumbrado por la pasión cinéfila del atolondrado joven..
Pero el cine no puede comerse, y Truffaut deambula durante la adolescencia entre pequeños delitos y una breve estancia entre rejas por negarse a combatir en Indochina.
Con la mayoría de edad, el cine le regala la amistad de Chabrol, Rohmer, Rivette o Godard: observados por Bazin, redescubrirán el cine en Cahiers du Cinema.
Las críticas de Truffaut destacan por su atrevimiento. En 1954, Cahiers publica Una cierta tendencia del cine francés, celebérrimo artículo que destroza al rancio celuloide galo. Pero las tapas amarillas de la revista se le quedan pequeñas y salta a la realización. En noviembre de 1958 empieza a rodar su primera película, Los cuatrocientos golpes, que dedica a un Bazin muerto el día en el que comienza el rodaje.
La cinta tiene una acogida triunfal en Cannes. La juventud de Truffaut y del protagonista, Jean Pierre Leaud (un niño de 15 años que, a través de las películas en común, se convertirá en álter ego del director), llevan a Paris Match a hablar del "festival de los niños prodigio", y a Elle, del "renacimiento del cine francés".
Las alabanzas son tan imparables como la Nueva Ola: Al final de la escapada (dirigida por Godard, escrita por Truffaut) o Hiroshima mon amour (Alain Resnais) fascinan en todo el mundo.
El torbellino de la vida
El éxito lleva a Truffaut a fundar una productora, Les films du Carrosse, y una familia, fugaz por sus infidelidades. Con Aznavour como protagonista rueda su segunda película, Disparen sobre el pianista, cuyo fracaso es compensado por un nuevo amor, Jeanne Moreau, protagonista de su tercera película, Jules y Jim. Arrebatadoramente romántica, en ella suenan canciones que explican cómo "nos conocimos, nos reconocimos, y luego cada uno volvió por su lado al torbellino vital".
Mientras prepara Fahrenheit 451, donde adapta a Bradbury, comienza las entrevistas que darán forma al libro El cine según Hitchcock.
Después, filma las magistrales La piel suave, Besos robados, La sirena del Mississipi, El pequeño salvaje o La noche americana, que recrea como pocas veces se ha visto la magia que rodea a un rodaje. Las dos últimas, además, están protagonizadas por él.
En 1977, Truffaut se da el lujo de presentar la deliciosa El hombre que amaba a las mujeres y de actuar en Encuentros en la tercera fase. Aunque más vital que nunca, la muerte empieza a rondarle en La habitación verde, angustiosa fábula sobre un hombre obsesionado por los difuntos. La habitación verde, que tiene algo de testamento, supondrá su última aparición en la pantalla.
El fin
Pero el Truffaut cineasta sigue en forma: con El amor en fuga concluye la historia de Antoine Doinel, el niño que, con la cara de Leaud, protagonizara cuarenta años antes Los cuatrocientos golpes. El último metro, con Depardieu, es un éxito, y en La mujer de al lado conoce a Fanny Ardant, que le dará su tercera hija y que también protagoniza Vivamente el domingo. Tras rodarla, Truffaut comienza a sufrir terribles migrañas. Una radiografía detecta en su cerebro una "mancha parecida a un cascabel", germen del tumor que terminará con él.
Entre brumas, incapacitado para volver a rodar, Truffaut intenta escribir su autobiografía. Pero ya es tarde: el 21 de octubre de 1984, un año después de nacer su última hija, la mirada de Truffaut se transforma en un inacabable fundido en negro.
El amante del amor
Como su querido Hitchcock, Truffaut acostumbraba a enamorarse de sus actrices. Pero, a diferencia del inglés, no se conformaba con atormentarlas, sino que las seducía hasta hacerlas caer en sus brazos.
Algunas de las mujeres más hermosas del cine desfilaron por su lecho:
No pases de...
(tres citas obligadas para poner los sentidos a tono)
UNA PELÍCULA
UN DISCO
UN LIBRO
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