Ricardo Darín: "En una película soy como Xavi o Iniesta, pero no tan bueno"

  • El actor argentino presenta en el festival de San Sebastián las películas 'El baile de la victoria' y 'El secreto de sus ojos'.
  • En la segunda vuelve a ser dirigido por Juan José Campanella.
  • La película se ha convertido en la favorita para la Concha de Oro.

El actor argentino Ricardo Darín hace doblete en San Sebastián: participa en El baile de la victoria, de Fernando Trueba, y es también protagonista de El secreto de sus ojos.

Ovacionada este fin de semana por el público, El secreto de sus ojos es la última película de Juan José Campanella, que ya trabajó con Darín en El mismo amor, la misma lluvia o El hijo de la novia. Ya entre las favoritas a la Concha de Oro, la película es un thriller sobre un crimen sin resolver y cómo en el proceso de buscar al al culpable un hombre se descubre a sí mismo.

Destacan en la película sus silencios y las miradas entre los personajes...

Es cierto. Textualmente la película va en un sentido, pero mucho de lo que sucede va en otro. Los personajes dicen unas cosas, pero sus miradas afirman otras. Es algo frecuente al hablar de historias truncadas, de amores interrumpidos, en los que uno no siempre puede decir todo lo que quiere.

Su personaje está lleno de oscuridad.

Sí, es fácil que no te agrade, pero también hay que entenderle. La chica de la que se enamora va a casarse con otro y, encima, es su superior. Además, le falta coraje, muchas veces es cobarde, pero la vida le ofrece una última oportunidad de cambiar.

¿Cómo ha construido a este Benjamín Espósito?

Mío no tiene mucho: sólo la carcasa y las arrugas. El resto es todo trabajo. Con Campanella discuto mucho ya antes de los ensayos, hablamos desde que tiene la primera versión del guión. Comentamos mucho, hacemos un trabajo común de aproximación. Cuando empezamos a rodar, ya hemos intercambiado mucha información, y aunque siempre puede haber ajustes de última hora nunca llegamos al estudio sin saber lo que queremos. Haber trabajado ya en otras películas nos permite tener mucho camino recorrido. En el rodaje, me basta con mirarle a treinta metros para saber lo que quiere.

Es un amigo el que le dirige...

Sí, lo que también es una responsabilidad añadida. Aunque en sus películas soy el protagonista, creo que soy más un apoyo que la estrella. Si la película fuera su equipo de fútbol, yo sería Xavi o Iniesta, aunque no tan bueno como ellos, y no el goleador. Le ayudo a transmitir sus órdenes, a hacer entender a los recién llegados sus ideas y a que todos podamos jugar.

¿Qué distingue a Campanella de otros?

Desde la primera vez que trabajé con él, hace diez años y cuatro películas, me llamó la atención el profundo amor que siente por los actores. Disfruta del contacto, y eso nos hace estar relajados, como en casa, y atrevernos a intentar lo que sea, aunque esté fuera de nuestras posibilidades. También me gusta mucho su parte lúdica. Es como un niño de ocho años, que se divierte riéndose a carcajadas. Esa personalidad le permite no tener prejuicios ni ser pudoroso a la hora de saltar géneros o permitir que el humor entre en sus películas.

Aunque, como en El secreto de sus ojos, sea en momentos dramáticos...

Sí, porque así es la vida. Las bromas son una válvula de escape. Vivimos momentos duros y, de repente y por cualquier tontería, podemos empezar a carcajearnos. Creo que a la película le viene muy bien.

La película también reflexiona sobre cómo hay que mirar al pasado para avanzar...

Algo que comparto. Mirar al pasado no es quedarse anclado en él. La tendencia humana es responsabilizar a los demás de las cosas que nos van mal, nunca a uno mismo, pero es al revisar nuestra vida, con sinceridad, cuando descubrimos que consciente o inconscientemente la responsabilidad es nuestra. Mirar al pasado sirve para aprender y no repetir errores. No querer hacerlo es síntoma de miedo.

Dejando atrás el pasado, ¿cómo ve el presente y el futuro de Argentina?

Tenemos una democracía todavía muy joven, y creo que no hemos terminado de interpretarla exactamente. Hacen falta la discusión, la polémica, el enfrentamiento, pero siempre para encontrar un consenso. La política tiene que perseguir el bien común, el que los muchos que están jodidos recuperen la esperanza, pero para eso todos tenemos que ser muy honestos. Me da la sensación de que, mientras pelean por el poder, los políticos se olvidan de mejorar la vida de la gente.

¿Les culpa de lo que ocurre?

Es fácil generalizar y decir que todos son unos hijos de puta, pero sería injusto. Hay políticos que se levantan a las seis de la mañana para que las cosas mejoren, pero eso no sale en los periódicos, sino que se habla de los malos políticos y se pierde la ilusión. En Europa hay puntos de convivencia que ya están claros, discutidos, y no se hablan más. En Latinoamérica no, todavía nos queda mucho camino por recorrer, perdemos mucho tiempo en aspectos que tendrían que estar superados. Dependemos de golpes de suerte, casi tragicómicos, y tenemos otro grave problema: una creencia excesiva en que alguien nos salvará. Es casi una creencia mesiánica, muy infantil.

¿Cuánto disfruta usted de su trabajo?

Mucho. Me lo paso muy bien: si no, no lo haría. Y creo que eso llega al público. Pasa mucho en el teatro: si ves que los actores caminan en la misma dirección, que se entienden y se llevan bien, sientes que la obra es más compacta.

¿Prefiere el cine, la televisión o el teatro?

El teatro. En el cine siento que estoy todavía aprendiendo. La metodología en el cine es muy perversa, nefasta, para el actor. Es fácil perderte, el trabajo está muy partido, muy atomizado, y el mismo día puedes tener que rodar dos escenas muy diferentes y fuera de todo orden cronológico. He visto a actores maravillosos que en un rodaje se sienten absolutamente perdidos.

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