Empecé a preguntar a mis colegas cuáles eran exactamente esos valores. Aparte de que la dieta española consiste en un primer y un segundo plato, nadie me pudo precisar mucho más sobre la cultural nacional. Entonces me enganché a Cine de barrio. Durante años me chupé centenares de películas en un intento de modificar mis valores para que coincidieran con los de Manolo Escobar, Alfredo Landa, los Ozores y demás modelos potenciales.
Incluso asumí diversos roles de los personajes de Los últimos de Filipinas. Sin embargo, debido a las alarmantes reacciones de mis amigos hacia mis cada vez más aberrantes poses, que ellos eran incapaces de identificar con ningún rasgo cultural, decidí dejar de ver cine de barrio, y ahora dedico los sábados por la tarde a echar largas, valiosas e integradoras siestas.
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