Trueba, silencios y pitos

  • El director vuelve al largo con 'El baile de la victoria'
  • Participa en la Sección Oficial, fuera de competición
  • La película adapta la homónima novela de Antonio Skármeta

Hace 17 años, Fernando Trueba lograba el Oscar y el aplauso masivo con Belle epoque. Engarzando a la perfección una maravillosa historia del maestro Rafael Azcona, la sabiduría actoral de veteranos como Fernán Gómez y la frescura de un delicioso grupo de jóvenes como Jorge Sanz, Penélope Cruz o Ariadna Gil, la cinta culminaba el crecimiento de un director que ya había firmado películas tan estimables y distintas como El año de las luces o El sueño del mono loco.

Desde entonces,vinieron los palos de ciego. La fallida experiencia americana de Two much o la polémica adaptación de El embrujo de Shangai se mezclaron con el éxito como productor musical o inconclusas aventuras en el cine de animación. Ahora, con El baile de la victoria, Trueba vuelve al largo adaptando otra novela, esta vez del chileno Antonio Skármeta (autor de la celebrada novela que inspiró El cartero y Pablo Neruda).

La película narra la salida de la cárcel de dos personajes, interpretados por Abel Ayala y Ricardo Darín, que recuperan las clásicas figuras del ladrón joven, inexperto y entusiasta, y el veterano deseoso de empezar una nueva vida. Por supuesto, están condenados a dar un golpe común, definitivo y, está claro desde el primer fotograma, destinado a fracasar.

Pero el golpe no es lo único que se ve arruinado en la película. El presunto encanto del personaje de Ayala no es tal: Ángel, su protagonista, resulta incoherente, pesado, incapaz de provocar la más mínima empatía. Darín da bandazos entre prostitutas, mafiosos y una subtrama familiar que primero goza de gran importancia y después desaparece sin más. Y por último Victoria, la joven bailarina que da nombre a la película e interpreta Miranda Bodenhöfer, es objeto de varias escenas que, en lugar de dramatismo, provocan perplejidad, y en lugar de belleza, ganas de reir. Eso: risas, abandonos de la sala, silencio final y algún que otro silbido. Lejos quedan ya Trueba y su Belle Epoque.

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