José Luis Escrivá (Albacete, 1960) será el nuevo ministro de Transformación Digital, una cartera que hasta ahora estaba integrada en Asuntos Económicos que ocupará Nadia Calviño, pero quizá por poco tiempo. La todavía vicepresidenta está a la espera de que se decida su candidatura para presidir el Banco Europeo de Inversiones (BEI), que debería resolverse en las próximas semanas. Si finalmente la ministra pone rumbo a Luxemburgo, Pedro Sánchez tendrá que buscar un remplazo. Y Escrivá está muy arriba en las quinielas para sustituir a Calviño, tanto por su extensa trayectoria como por el simbolismo de haberle entregado un ministerio de poco peso que antes dependía de Economía.
El currículum de Escrivá encaja a la perfección con lo que se espera de un ministro de Economía. El ahora ministro de Transformación Digital ha ocupado puestos de relevancia en diferentes instituciones de prestigio a lo largo de su carrera. Su trayectoria arranca en el servicio de estudios del Banco de España, desde donde pasaría al Banco Central Europeo, como jefe de Política monetaria. Tras dos décadas en banca central, Escrivá dio el salto al sector privado, donde fungiría como economista jefe de BBVA y director gerente del área de finanzas públicas de la entidad.
Su primera incursión en la vida pública se produjo en la Airef —el vigilante independiente de las finanzas públicas—, organismo del que fue el primer presidente entre 2014 y 2020. Ese mismo año hasta que le reclamó Pedro Sánchez para ser ministro de Inclusión, Seguridad Social y Migraciones, un cargo que desempeñó durante la pasada legislatura.
El primer incendio con el que tuvo que lidiar Escrivá al llegar al ministerio fue la pandemia. Ante el riesgo de que millones de personas perdieran su trabajo por el cierre de la actividad presencial, el Gobierno recurrió a los ERTE para proteger los empleos. La Seguridad Social llegó a asumir la nómina parcial o total de 3,6 millones de trabajadores, con el consiguiente reto que eso supuso a nivel de gestión y de gasto público.
El esquema de los ERTE, similar al que se aplicó en otros países europeos, ayudó a que la recuperación del empleo fuera rápida y evitó daños estructurales mayores en el mercado laboral. En mayo de 2021 ya se había alcanzado el volumen de afiliados a la Seguridad Social anterior a la pandemia, aunque en el sector privado hubo que esperar hasta el segundo trimestre de 2022.
El coronavirus alumbró también la que sería una de las medidas insignia del departamento de Escrivá: el ingreso mínimo vital. Una renta mínima nacional de subsistencia para los hogares con menos recursos que fue impulsada a medias con el socio de la coalición, Unidas Podemos. Desde que la medida se puso en marcha, 700.000 hogares han llegado a percibir esta renta en algún momento.
El cerebro tras la reforma de las pensiones
Pero la política por la que Escrivá será recordado como ministro es, sin duda, la reforma de pensiones. Un paquete legislativo en dos fases que busca garantizar el poder adquisitivo de los pensionistas y, a la vez, apuntalar el sistema mediante más ingresos, pero sin recortar gastos. La reforma tardó más de un año en completarse y llevó decenas de reuniones con la UE y visitas de Escrivá a Bruselas para que las autoridades europeas dieran el visto bueno.
Sin embargo, la reforma estrella de Escrivá también ha sido el blanco de las críticas. La Airef, organismo que presidió el propio Escrivá, cree que las medidas que introduce empeoran la sostenibilidad del sistema. Y el Banco de España estima que las expectativas de ingresos que tiene el Gobierno pecan de optimistas. Las previsiones macroeconómicas y demográficas sobre las que se asienta han sido cuestionadas incluso por la propia Comisión Europea, que las ve optimistas.
Escrivá, firme defensor de sus reformas, ha tenido sonados choques dialécticos con su antigua casa, la Airef a quien ha llegado a reprochar la calidad técnica de sus informes sobre el ingreso mínimo vital. Pero el ahora ministro de Transformación Digital ha tenido también sus más y sus menos con sus antiguos compañeros del servicio de estudios de BBVA o con think tanks como Fedea, a quienes ha achacado falta de rigor en el análisis.
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