Una pareja madura de argentinos pide un taxi 'grande' en el hotel donde se encuentran para ir al concierto del tenor Andrea Bocelli en Madrid. La recepcionista no tiene idea de dónde canta el italiano, pero la que esto firma lo sabe y responde. Es en el Wizink Center, lo menos parecido a una ópera que alguien pueda imaginar.

La pareja de argentinos, agradecida por la precisión, corrige su petición: "no necesitamos un taxi, sino una camioneta". Los señores, matiza la demandante, recorren el mundo allá donde canta Bocelli, y son unos cuantos.

Este ejemplo, que la periodista se encuentra de manera casual mientras se dispone a hacer otra crónica, se refleja horas después, cuando con el encargo de recoger lo que acontece en el antiguo palacio de los deportes de Madrid, quien suscribe se adentra en las entrañas de la función.

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No hay una butaca libre, así que unas 12.000 almas nos disponemos a escuchar el repertorio más vibrante de este cantante invidente que concentra en él y en su voz todas las miradas. Paradojas de la genética que el artista, nacido en Lajatico (Italia) hace 65 años (mañana es su cumpleaños) ha asumido como parte de su elegancia.

En el escenario no estará solo. El coro de la Fundación Excelencia y la Orquesta Sinfónica del Vallés, dirigida por Marcelo Rota, van a poner orden y concierto en un recital que se prolongará dos horas y que, como si estuviéramos en la Fenice o en la Royal Opera House, no levantará a ningún melómano de su asiento (sería una vulgaridad), pero sí arrancará frenéticos aplausos al ritmo de La Traviata y La Donna è mobile  (es una obligación).

La cosa ha empezado bien, con la obertura de Carmen, la ultraconocida pieza de Bizet. Bocelli, que a los doce años perdió definitivamente la visión por una enfermedad congénita, ha hecho de la ópera y del bel canto un género democrático y popular, pero también cualitativo y emocionante. Su timbre es infatigable, y como hizo en Madrid, selecciona cada una de sus interpretaciones con mimo, dándole al público lo que desea.

Así, Granada y El Concierto de Aranjuez interpretado por una joven violinista ucraniana, Anastasiya Petryshak, y no por una guitarra española, se convirtieron en himnos de una noche armónica.

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La primera parte del concierto fue un homenaje a la ópera y a sus clásicos; él, vestido de sobrio negro, y cerca, dos bailarines ejecutando sutiles pasos al ritmo de los acordes. Y un acompañante al que podríamos seguir todos, como en el cuento, el flautista Andrea Grimminelli.

Además, una invitada convertida en marioneta: la soprano Maria Almeida, otra cálida voz que Bocelli incorpora a la suya, en un dúo magistral y vibrante. 

La segunda mitad se tiñó de color, empezando por la americana del artista, de amarillo intenso, desafiando la mala suerte y llamando a los acordes de Cinema Paradiso, el Wonderful word de Louis Amstrong y la deuda eterna con Pavarotti y Carusso, los grandes cuya herencia ha hecho de Bocelli lo que es.

Uno de los momentos más excitantes para el respetable fue cuando Andrea cantó su Vivo per lei, que hace unos años grabó con Marta Sánchez y que ambos transformaron en un éxito de ventas. 

Ayer, el tenor italiano interpretó esta belleza de canción junto a la cantante Ilaria della Bidia en un tono y escenificación que ponían el pelo de punta.

Bocelli, que ha grabado doce óperas completas, además de discos con canciones clásicas y música romántica y ha vendido más de 70 millones de discos en todo el mundo, repetirá escenario esta noche. Con todo vendido, es posible que sus melómanos argentinos necesiten otra camioneta para poder aplaudir de nuevo a su ídolo, quien visitará de nuevo España el 1 de mayo que viene, en el Palau Sant Jordi de Barcelona.

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