El pasado 21 de julio el mundo se dividió en dos facciones: los que iban al cine a ver Barbie y los que preferían el film de Oppenheimer. Y, cómo no, internet se inundó de memes al respecto. No sabemos si la coincidencia en sus fechas de lanzamiento ha sido un hecho fortuito o una estrategia totalmente planificada, pero lo que sí sabemos es que ha arrasado por todos lados: cines, redes sociales, debates varios…
Los contrastes rompedores llaman la atención y estas películas no podían ser más diferentes desde la estética, la temática, la ambientación… Polos opuestos que han creado una gran sinergia entre ellos. Vamos a darles un breve repaso.
Por un lado tenemos la historia biográfica del físico estadounidense de origen alemán J. Robert Oppenheimer (interpretado por Cillian Murphy), al que comúnmente se le ha llamado "el padre de la bomba atómica". Es precisamente en esta carrera hacia el descubrimiento de ese arma y sus consecuencias en lo que se centra el film de Christopher Nolan, director de la película.
Por otro lado, de la mano de Greta Gerwig, tenemos la deconstrucción del concepto estereotipado de ser una Barbie, de ser ideales y perfectos, con Margot Robbie y Ryan Gosling como Barbie y Ken. Se trata de una epopeya donde se cuestionan los ideales de belleza y comportamientos tanto tiempo arraigados; los roles femenino y masculino; los sistemas matriarcal y patriarcal. Todo en un cóctel estrambótico y original que nos hace pensar que, efectivamente, las cosas cambian, y que el pensamiento y con él la sociedad, van evolucionando. Menos mal.
Y quedándonos con estas dos dispares historias como marco, vamos a sacar a colación unas cuantas singularidades que igual no son tan conocidas al respecto.
Curiosidades sobre bombas
Oppenheimer nos redescubre el origen histórico de la bomba atómica y sus primeras pruebas y aplicaciones prácticas. Pero... ¿cómo funciona una bomba atómica? ¿por qué es tan devastadora? Las bombas atómicas, también llamadas de fisión, como cualquier explosión, suponen una gran liberación de energía, pero concretamente en este caso esa energía viene de la ruptura de átomos de elementos pesados y su transformación en otros elementos más ligeros. Es decir, sabemos que los átomos están compuestos por partículas subatómicas: protones y neutrones que se mantienen unidos formando el núcleo del átomo mientras que los electrones orbitan a su alrededor. Bien, el proceso de fisión de un átomo se inicia cuando se bombardea éste con otros neutrones, lo que provoca que las partículas del núcleo se desgajen unas de otras, se separen, lo cual libera la energía que estaba contenida en los enlaces que las mantenía unidas. Lo que ocurre en la explosión de una bomba atómica es que no es un solo átomo el que se “rompe”, sino que la ruptura de los primeros detona una reacción en cadena que magnifica la explosión hasta los niveles que conocemos.
¿Cuál ha sido la bomba atómica más grande jamás lanzada? Pues curiosamente no se trata de ninguna de las bombas más conocidas, Little Boy y Fat Man, que fueron aquellas lanzadas contra Hiroshima y Nagasaki, sino la llamada Bomba del Zar. ¿Cómo es que se la conoce menos si fue más destructiva? Fácil, la Bomba del Zar es la más potente lanzada jamás, sí, pero se lanzó en un ensayo soviético, no en una guerra real contra ciudades y personas como en el caso de los ataques que dieron por finalizada la Segunda Guerra Mundial. Y curiosamente tampoco se trata de una bomba de fisión al uso, ya que ésta tenía un mecanismo más complejo; era una bomba de hidrógeno con tres etapas (fisión-fusión-fisión).
En cifras y en imágenes la Bomba del Zar asusta: se calculó que equivaldría a 3.125 veces la bomba Little Boy y 2.381 veces la bomba Fat Man y que su potencia era equiparable al 1,38% de lo que emite el mismísimo Sol. En la detonación, a 4.000 metros de altura sobre el océano Glaciar Ártico (30 octubre de 1961), su hongo nuclear alcanzó los 64 kms de alto, 8 veces el Everest, y su onda expansiva dio 3 vueltas completas a la Tierra.
¿Cómo es que no se ha usado más? Su peso y sus características la hacían muy poco práctica en una batalla real, demos gracias, por lo que cumplió su papel en investigación y como parte de la intensa rivalidad existente durante la Guerra Fría.
Consecuencias catastróficas: el origen de Bob Esponja
Y hablando de Guerra Fría, la pugna entre soviéticos y estadounidenses propició que estos últimos "estrenasen" la bomba de hidrógeno con el ensayo Castle Bravo, que se explotó en el atolón Bikini en 1954. Se le recuerda como uno de los desastres radioactivos más sonados de los ensayos estadounidenses, ya que liberó una gran cantidad de radiación, en contraposición con la bomba de Zar lanzada posteriormente que fue significativamente “más limpia”, a pesar de ser mucho más potente, ya que la bola de fuego que la conformaba no alcanzó el suelo.
Este penoso hecho, sin duda, inspiró al creador del personaje infantil Bob Esponja, Stephen Hillenburg (fallecido ya en 2018) a ubicar su elenco de excéntricas criaturas en el atolón Bikini, como si fueran fruto de los efectos radiactivos de aquella bomba.
Bótox, tan mortífero como una bomba
La carrera armamentística se ha ido refinando, las grandes explosiones han dado paso a las armas biológicas, mucho más silenciosas e incluso selectivas; armas que atacan tu sistema inmune, paralizan tu cerebro, licuan tu sangre... La posibilidad de que una enfermedad letal se extienda sin apenas darnos cuenta aumenta. Ya tuvimos nuestro propio ensayo con la pandemia mundial del COVID, algo que no imaginábamos que viviríamos, pero que nunca olvidaremos.
¿Y qué tiene que ver esto con Barbie? Durante años, desde su lanzamiento en 1959 por la empresa Mattel, esta muñeca ha sido objeto de diversas controversias acerca del mensaje sobre los estereotipos de belleza y valores que proyectaba sobre la juventud, especialmente las niñas.
Ser una barbie siempre se ha asociado a ser perfecta en piel, pelo (a poder ser rubio), medidas… Y aunque poco a poco se va trabajando sobre estas ideas, y la propia película es una alegoría sobre ello, durante mucho tiempo, y aún ahora, el deseo de muchas jóvenes ha sido asemejarse lo máximo posible a ese ideal de perfección. Lo cual deriva en múltiples trastornos alimenticios, emocionales, operaciones estéticas, retoques varios… Que si ácido hialurónico, que si implantes, que si bótox… Pero, quedémonos con este último, ¿qué es el bótox? Ahí está la conexión. El comúnmente llamado bótox es una especie de eufemismo para la toxina botulínica, que es una sustancia química producida por la bacteria Clostridium botulinum. Sabemos que se aplica para “combatir” las arrugas de la piel y es que el efecto natural de esta sustancia es actuar sobre las células musculares paralizándolas, de ahí el aspecto de expresiones faciales estáticas que se consigue con él.
Pero es que lo mejor (peor) y más curioso de todo es que esta sustancia figura como una de las toxinas más letales conocidas hasta la fecha. Como agente de intoxicación o envenenamiento produce botulismo, enfermedad caracterizada por alteraciones sistémicas diversas (sequedad en mucosas, vómitos, etc.) y parálisis muscular progresiva que puede derivar en muerte por fallo cardiaco o respiratorio. ¿Por qué ocurre esto? El efecto de esta sustancia tiene lugar a nivel de unión neuromuscular, en la fase en la que las neuronas se comunican con los músculos para hacerlos reaccionar a sus órdenes mediante neurotransmisores. La toxina actúa de manera local bloqueando estos canales de comunicación por lo que los músculos no reaccionan. Es lo que se llama una denervación química. Por ello, como arma química o biológica es considerada extremadamente peligrosa, catalogada como arma de destrucción masiva, prohibida por las Convenciones de Ginebra y la Convención sobre Armas Químicas.
Para hacernos una idea, un solo gramo de toxina botulínica es suficiente para matar a un millón de cobayas, y para matar a un ratón de laboratorio es necesario un picogramo de dicha toxina (1 picogramo = 1×10-12 gramos). La dosis letal en humanos, extrapolada de experimentos en primates, sería de unos 0,09-0,15 µg de toxina por vía intravenosa o intramuscular, 0,7-0,9 µg por inhalación y 70 µg por vía oral (para un humano de 70 kgs de peso).
Y ahora piensa que eso te lo inyectas en la cara, voluntariamente. Pero lo importante aquí es… ¿eres más de Barbie u Oppenheimer?
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