OPINIÓN

El tiempo, la castración, Pedro Sánchez

  • "Lo importante es vivir más años a costa de lo que sea, y sonreír en la foto de Instagram con un buen fondo detrás"
El ex ministro de Transportes, José Luis Ábalos; la ex vicepresidenta, Carmen Calvo; el presidente Pedro Sánchez; la presidenta del PSOE; y la ex vicesecretaria socialista, Adriana Lastra, en una imagen de archivo de 2019.
Pedro Sánchez, en el centro, en una imagen de archivo de 2019.
Eduardo Parra / Europa Press
El ex ministro de Transportes, José Luis Ábalos; la ex vicepresidenta, Carmen Calvo; el presidente Pedro Sánchez; la presidenta del PSOE; y la ex vicesecretaria socialista, Adriana Lastra, en una imagen de archivo de 2019.

Tenía una deuda con la literatura universal e intenté leer el cuento más célebre de Monterroso, El dinosaurio, pero no pude. Me quedé a la mitad. “Cuando despertó...” Lo intenté lo menos cinco veces y nada, fui incapaz de concluirlo. Me aburría tanto ese principio... ¿Y dónde estaba el dinosaurio? No lo veía por ningún lado ni tenía visos de aparecer.

Se dice que el tiempo es el recurso más valioso que tenemos y estoy de acuerdo. Pero también se dice que es el bien más democrático y es mentira: unos viven ciento diez años y otros apenas dos. El tiempo es caprichoso, aleatorio, mortal de necesidad. Cierto que el día tiene 24 horas para todo el mundo, pero el día de un niño dura más que el año de un adulto. Y yo, adulto a regañadientes, no saco tiempo para llegar no ya al desenlace, sino al nudo de este relato que la gente considera genial. Hay tanto bueno por leer que ¿por qué perder parte de mi vida precisamente con un micro que me aburre con la segunda palabra?

Se me dirá que la inversión cronológica que este relato exige es mínima, dada su proverbial brevedad, pero es que también en esto yerra la percepción general. El tiempo, amigos, no debe medirse con las flechas de los relojes, salvo para llegar puntual a la cita amorosa o tomar el autobús, sino como lo hacen los sentidos. La infancia dura una eternidad mientras que la vida adulta es un suspiro. Esto es el tiempo. Siempre que pienso en los amigos que ya no están —porque se fueron demasiado pronto— percibo sus biografías como un destello en la nada, pero parecían eternos cuando eran niños y no tenían más que pasar el rato y sobrevivir a los profesores o a los padres. No es baladí, entonces, considerar que un solo segundo leyendo lo que nos aburre mortalmente puede ser tanto como perder un año de vida. Lo cual produce vértigo o alivio, depende: si le das al segundo la importancia del año quizá te agobies; sin embargo, si lo haces al revés y concedes al año la irrelevancia del segundo, lograrás leerte Don Quijote de la Mancha por primera, segunda o tercera vez.

El tiempo no debe medirse con las flechas de los relojes, salvo para llegar puntual a la cita amorosa o tomar el autobús

Como los multimillonarios —esos hombres tan tristes y sonrientes— aún no han entendido esta verdad, aspiran a la inmortalidad de los relojes y el resto de la población, seguidista del dinero, también. Las últimas investigaciones marcan el camino: la emasculación. Al parecer, los carneros logran una vida larga cuando se los castra. Se vuelven mansos y saludables (¡viven un 60 por ciento más!), tal y como indica un estudio neozelandés de reciente difusión. Lo mismo pasa con el ayuno intermitente; te fastidia la vida, pero quién quiere una buena vida pudiendo tenerla más larga. Lo importante es vivir más años a costa de lo que sea, y sonreír en la foto de Instagram con un buen fondo detrás.

Hay un pasaje en las Historias de Herodoto en el que un eunuco cautivo de no sé qué rey persa se rebela y se venga de su carcelero castrándolo a él y a sus pobres hijos. Sin saberlo, estaba regalándoles años de vida.

La historia cambia de manera sorprendente: en la época de Cervantes, el bronceado solar estaba mal visto. Ahora pagamos por recibir rayos UVA. Los que mandaban comían carne roja y el pueblo, coliflor, cebolla y ajo; hoy es al revés. Pronto, algunos millonarios pedirán a sus siervos que los castren para vivir más, si es que no está ocurriendo ya. Poco a poco, se antepone el tiempo cronológico a cualquier otra consideración personal. Yo me niego a aceptarlo. Hay que vivir cada minuto con otro cálculo biográfico y, por el amor de Dios, con todo en su sitio.

Uno pensaba estar en la playa ese día, bajo el agua, esperando a las medusas o a los niños, pero ahora sabe que el deber cívico lo dejará en tierra

Pienso que Sánchez, cuyo aspecto de árbol caído está dando pie a que surjan muchos leñadores (quizá yo sea ahora uno de ellos: no quisiera), ha comprendido como nadie todo esto: mejor dos meses intensos que seis de lenta, aburrida agonía. Su convocatoria de elecciones para ya mismo, su audaz o kamikaze y poco empática manera de quebrar nuestro verano con una molesta cita electoral nos pone en la mejor situación para comprender la pura subjetividad con la que cada uno percibe y teje su tiempo. Uno pensaba estar en la playa ese día, bajo el agua, esperando a las medusas o a los niños, pero ahora sabe que el deber cívico lo dejará en tierra, cerca del colegio electoral para poder depositar la papeleta. El plan era leer algún tocho en la tumbona, pero con la ruptura vacacional quizá termine devorado por el dinosaurio de Monterroso.

“Cuando despertó…”. ¿A quién se le ocurre empezar un relato así? Despertar no, amigos: morir, dormir, tal vez soñar. El camino lo marcó Shakespeare. Y Sánchez parece saberlo: “… y con un sueño poner fin al sufrimiento del corazón y a los mil quebrantos que heredó nuestro cuerpo. ¿Quién no desearía con devoción terminar así? Morir, dormir; dormir, tal vez soñar”.

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