Borja Terán Periodista
OPINIÓN

El arte televisivo más complicado que atesoraba Tina Turner (y que demostró con Raffaella Carrà)

Tina Turner con Raffaella Carrà
Tina Turner con Raffaella Carrà
RAI
Tina Turner con Raffaella Carrà

Al menos tres veces visitó Tina Turner a Raffaella Carrà en la televisión italiana. Como otras tantas que pisó los estudios de TVE. Entonces, los mejores cantantes necesitaban realizar esmerados tours por las cadenas de televisión más importantes del mundo para que su música llegara a las grandes audiencias. A veces, llevaban despliegue de bailarines, otras solamente a sí mismos. 

Es hasta divertido el juego de comparar cómo la misma propuesta escénica de un artista era enfocada de distintas formas en cada cadena. Los italianos, por ejemplo, eran maestros en llenar sus grandilocuentes y luminosos platós de público que fomentaba un animoso bullicio que se incorporaba a la canción, a menudo, de manera exagerada. Era la forma de que el playback pareciera más imprevisiblemente vivo, con su buena dosis de barullo festivo en el sonido ambiente.

Pero la actuación probablemente más emocionante de Tina Turner en un show de Raffaella Carrà fue en 1991, en el programa Fantástico que se realizaba desde el Teatro delle Vittorie, donde también se produjeron espacios como Qué apostamos. Un gran escenario que, sin embargo, se rebosó solamente con la presencia de Tina. Ella, en el centro del plató. No necesitaba nada más. Bastaban un puñado de largos primeros planos para sentir la experiencia de su carisma. Daba igual lo larga que fuera la canción, el espectador se quedaba boquiabierto con la expresividad de Turner.

Y, al fondo, Raffaella Carrà representando a su propia audiencia, discreta, en una esquina del teatro: una estrella viendo con el respeto de la admiración a otra estrella. La Carrà no podía disimular ni quería disimular su fascinación por Tina Turner.

Porque Tina Turner reunía lo más complicado en televisión: el arte de llevar la puesta en escena encima. Su voz crecía con su actitud: la manera de articular sus piernas, el chute de sus pies, el compás de su mirada, el latigazo de colocarse el pelo. Su cuerpo era ritmo. No cantaba, poblaba las canciones conjugando seguridad, reticencia, caos y orden. Todo junto, a la vez, con una aplastante sonrisa que transmitía más educación cómplice que felicidad instantánea.  Tina Turner no necesitaba decorados. El espectáculo era ella.

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