Análisis

El largo y cálido 'sanchazgo'

Pedro Sánchez, este lunes en Moncloa.
Pedro Sánchez, este lunes en Moncloa.
EFE
Pedro Sánchez, este lunes en Moncloa.

Shock matinal: Sánchez anuncia elecciones. Qué tío. No rebla. No ha dado tiempo a disfrutar de la victoria… Y lo que es más importante: no ha dado tiempo a sufrir la derrota. Velocidad de escape. La victoria y la derrota han sido parejas, simétricas, inapelables. Al sanchazgo le esperaban unos meses de calvario, un suplicio de gota malaya con fecha de caducidad. El sanchazgo es más que el PSOE y también es solo un personaje: Sánchez. Tras la derrota, el sanchazgo o la sanchería es un ectoplasma, un zombi.

Por eso ha reaccionado rápido. ¡Se ha eyectado! Encaja en su perfil intrépido, temerario cual la época que le ha visto medrar. Qué sería de la resiliencia sin contratiempos y precipicios. Para Sánchez el mundo es un videojuego y él es un titán. Decían que no adelantaría la fecha para aprovechar el frufrú de la presidencia europea, que es un paripé sin mando, un tedioso rellenar formularios. Y él se ha tirado a la piscina olímpica del calendario, que tiene las calles trazadas, pero no tiene agua. Sánchez todo se lo salta, empezando por sus propias promesas. La época fake en la que también se han zambullido sus rivales le va como un guante de fregar.

En un rato de lunes ha visto al Rey, ha disuelto el Parlamento y ha sellado la legislatura en el BOE (esperemos que lo redacten bien, pues es signo de la sanchería y asociados meter ñapas y erratas en los textos legales, y no enmendallas).

Ha interrumpido el jolgorio de los triunfadores y la melancolía de los derrotados. Hay partido. Hay que reconocer que el chute de vitalidad que han traído estas elecciones locales y autonómicas (casi constituyentes) se amplifica y se prolonga con la nueva convocatoria. Y eso es también porque se ha hecho largo el sanchazgo. El largo y cálido sanchazgo. Y no sólo por él, o ni siquiera por él: la temporada que le ha tocado gestionar, con la pandemia y la invasión de Ucrania, ha sido eterna (si le hubiera tocado a Rajoy no habría podido ni leer el Marca), y ahora vuelve el furor por los bares, el santoral fiestero y algo de euforia por el simple hecho o deshecho de estar vivos. El carpe diem ya estaba muy sobrevalorado, pero ahora, tras las que han caído, es lo más. Por eso, el anuncio, el poner una fecha de repente, funda una esperanza y baliza una ilusión… las que sean: eso da igual, el caso es que haya algo… y pronto.

Por lo que sea, pero la travesía sanchera se ha hecho larga. También hay que contar las elecciones fallidas previas, el forcejeo inútil, el socarramiento por atasco y bloqueo, ya en el trasiego de chips, ya por el CGPJ. La era de la sanchería, tras el crac del 2008, el 15M y el golpe posmoderno del 2017 (cfrt. Daniel Gascón), ha sido turbia y espesa. El largo y cálido sanchazgo ha sido una brasa total, independientemente de él y sus rivales. Así que este giro de guion, pase lo que pase el 23 de julio, es un subidón antropocénico, sociosicológico. Todo esto alivia la rutina del pánico y el sopor del CIS (El 23 de julio, por cierto, es santa Brígida de Suecia, copatrona de Europa junto a las santas Catalina de Siena y Teresa Benedicta de la Cruz, todas con CVs de infarto para Netflix).

Tras el shock del domingo –risas y lágrimas, tragedia y euforia–, para el votante cuatrianual, sin cargo, el lunes ya venía arruinado. Un día más en Otanlandia, sin fútbol ni cambio de gobierno. Fin de mes y a ver qué dice Aemet. Horror existencial. El gentío de voto cuatrianual, el censo raso, ha disfrutado/sufrido viendo sus papeletas en acción, moviendo el banquillo con la gracia de un voto. Eso es genial. Las caras de soponcio de los de repente exjefes, los empastes de los ganadores, el rechinar de sueldazos. Pero al día siguiente, lunes, vuelve el rodillo de la rutina, el pacto, la sumarresta y la cruel, adorable, normalidad. El gentío raso ya no tiene poder… ¡Hasta las próximas!

Y entonces sale Sánchez SXX y ¡zas!, se autodisuelve como el bosón de Higgs y convoca elecciones. Y de nuevo empieza la fiesta. La campaña anterior ha sido una brasa (sobre todo si has perdido, claro), pero esta que empieza puede ser peor. Lo que pasa es que nos pilla entrenados. Listos para la monserga. Incluso ávidos de nuevas locuras. Seguro que los spindoctors ya están innovando y testeando nuevos medios fakes… Incluso con la ayuda de los bots de IA. Ni siquiera habrá que pasar el trapo a las urnas. Hasta podrían valer los mismos votos y sobres… reciclados.

La llamada de las urnas, la democracia en marcha, es hoy más atractiva que nunca. Acabamos de experimentar que con una jornada de elecciones le damos la vuelta a los que mandan: es verdad que ya ha pasado otras veces, pero quizá nos habíamos olvidado… hace tanto que todo nos viene impuesto, llovido del infierno, decretado y mal redactado... que sienta genial sentir el poder en una papeleta. Ese subidón, gracias al susto de Sánchez por el rejonazo que se ha llevado, lo vamos a poder ejercer de nuevo en pleno verano, con millones de queridos guiris de figurantes. Paelleras nuevas relucientes. Y lo mejor es que, como siempre, puede pasar cualquier cosa porque la papeleta la elige cada cual… o viceversa.

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