"O ganar o morir": las doce horas de Sánchez para asumir la derrota y adelantar elecciones

El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, en el Palacio de la Moncloa esta semana.
El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, en el Palacio de la Moncloa esta semana.
Eduardo Parra / Europa Press
El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, en el Palacio de la Moncloa esta semana.

"Al llegar a casa, Begoña me esperaba con lágrimas en los ojos, porque no entendía bien lo que había sucedido. Empecé a cobrar conciencia de la capacidad de resistencia que yo podía llegar a tener". Así contaba Pedro Sánchez en su libro Manual de resistencia cómo fue la fatídica noche del 1 de octubre de 2016, en la que quedó descabalgado de la Secretaría General del PSOE. Podría ser, no obstante, un relato similar a cómo vivió el presidente del Gobierno la derrota sin paliativos vivida por los socialistas el pasado domingo. De golpe y plumazo, perdieron casi todo el poder territorial y el mapa, teñido de rojo hace cuatro años, perdía su color para empezar a ser azul.

Otra vez le toca al jefe del Ejecutivo tirar de su manual de resistencia. Esta vez, con una decisión que ha sido tachada de peligrosa, sorprendente... Marca Sánchez. Pero que el partido ha entendido como la única posible. El presidente adoptó la decisión del adelanto electoral la noche del domingo, con los nefastos resultados de las elecciones todavía calientes. Esta es la intrahistoria de cómo se forjó la medida y cómo vivió Ferraz una noche muy difícil y que deja al partido noqueado.

El presidente siguió el recuento electoral en Moncloa, después de ir a votar por la mañana. En Ferraz estaba el Comité Electoral y varios ministros. Y el ambiente se iba haciendo tan negro como la noche conforme pasaban las horas. A primera hora de la tarde, fuentes de la dirección confirmaron que Sánchez no iba a desplazarse al cuartel general de los socialistas. Es habitual, pero la imagen contrastaba con la de 2019. Entonces y siendo presidente también, sí compareció. Los socialistas fueron primera fuerza en Madrid, Aragón, Asturias, La Rioja, Castilla y León, Castilla-La Mancha, Extremadura, Murcia, Baleares y Canarias, dejando el mapa teñido de rojo a excepción de Navarra y Cantabria, donde lograron formar gobierno.

No obstante, los ánimos en Ferraz se mantenían intactos sobre las ocho de la tarde. Como los últimos días de campaña, en los que los socialistas se mostraban confiados de, al menos, aguantar varios gobiernos autonómicos y resistir mejor que lo que decían las encuestas. Ni la de GAD3, que salió en ese preciso instante, empeoró las previsiones. "Llevan semanas con el relato del realismo mágico", decía un miembro del Comité Electoral, que aseguraba que la última encuesta no mostraba "ninguna ola azul", pese a que mostraba que el PP le arrebataría los gobiernos en la Comunidad Valenciana y en Aragón, sumando mayoría con Vox. 

Con las urnas ya cerradas, el ambiente comenzaba a enrarecerse. Pero aún había ánimos. El recuento empezó a ser público a las nueve de la noche, una vez cerradas las urnas de las Islas Canarias. La realidad empezaba a ser tozuda. Las fuentes socialistas resistían. Admitían que ya era difícil no perder Aragón, la Comunidad Valenciana y Baleares. Pero no hablaban todavía de cambio de ciclo. Estimaban unos 150.000 votos de diferencia con los populares.

Fue el último contacto que la dirección del partido mantuvo con periodistas. El núcleo duro se encerró en el despacho y, en la sala de prensa, los periodistas comenzaban a vocear la caída de las ciudades: Valladolid, Valencia, Sevilla... La victoria del PP ya era incontestable. No solo sacaba 700.000 votos al PSOE, sino que los socialistas apenas se quedaban con dos comunidades autónomas y pocas ciudades más. Compareció Pilar Alegría, portavoz de la formación, con semblante serio. "Recogemos el guante, entendemos el mensaje", fue el mensaje.

Y Sánchez lo hizo. Convocó a su núcleo duro, entre los que se encontraban Santos Cerdán, secretario de Organización del PSOE, o Félix Bolaños, ministro de la Presidencia. Y debatieron la decisión de adelantar elecciones. Había que evitar una "sangría" en forma de meses con el PP presumiendo de la victoria y preparando el caldo de cultivo del cambio de ciclo. La única opción para ellos era adelantar elecciones. El deseo -que tantas veces había repetido el presidente- de agotar la legislatura se esfumaba. Sacar a Unidas Podemos del Gobierno tampoco era viable, toda vez que la mayoría de la investidura había quedado desintegrada ya. "O ganar o morir". La respuesta llegará el 23 de julio.

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