Carmelo Encinas Asesor editorial de '20minutos'
OPINIÓN

No quiero ser coreano

Manifestación de personas trabajadoras en Seúl el 1 de mayo de 2023.
Manifestación de personas trabajadoras en Seúl el 1 de mayo de 2023.
EFE
Manifestación de personas trabajadoras en Seúl el 1 de mayo de 2023.

"Los coches coreanos son lavadoras con ruedas". Eso me dijo hace años un mecánico que no aconsejaba comprar nada fabricado allí. No era el único que lo pensaba, pero en la última década ese criterio ha ido cambiando inexorablemente a la vista de los avances y la competitividad alcanzada por aquel tigre asiático en el campo tecnológico. En la actualidad, le planta cara a la industria digital norteamericana, a la del automóvil de los germanos y ha puesto en serias dificultades a la naval europea, incluida la nuestra. Detrás de esa posición hay un esfuerzo titánico de país que, en sus orígenes, solo es comparable al "milagro alemán" que lideró el dirigente democristiano Konrad Adenauer cuando a partir de 1949 se echó a la espalda una nación devastada por la guerra con millones de personas sin techo y cientos de miles de niños viviendo en servicios públicos de campaña.

Adenauer contó con el empuje decisivo del plan Marshall, ese que los Estados Unidos le negó a España por culpa de Franco. La recuperación fue asombrosa, pidió a cada alemán una disciplina y un esfuerzo laboral extraordinario además de demandar que ahorraran cuanto pudieran, algo que se tomaron tan en serio que pasado un tiempo hubo de decirles que no lo hicieran con tanto rigor porque había que animar el consumo.

En Corea, la del Sur, ocurrió algo similar. En 1953 y tras la guerra con el norte, buena parte del país estaba en ruinas y figuraba como uno de los más pobres del planeta. A diferencia de los germanos, ellos no contaban con los científicos, ingenieros y gente preparada que se arremangó para levantar Alemania. El esfuerzo de aquella generación coreana de postguerra en el trabajo y en la educación fue ciclópeo. Se trabajaba hasta la extenuación y no había horas de descanso si se trataba de aumentar la productividad. Siete décadas después y con poco más de 50 millones de habitantes, Corea del Sur ocupa la posición número 13 en el PIB mundial.

Tal vez fruto de aquellos principios difíciles, la competitividad se ha fijado de tal manera en el ADN coreano que no parecen capaces de rebajar un ápice el ritmo impuesto hasta convertirse casi en una patología social. Con una jornada laboral de 52 horas, el Ejecutivo conservador pretendió incluso llevar a cabo una reforma que la elevara a 69. Ahí fue donde la gente joven puso pie en pared y surgieron nutridas manifestaciones de rechazo. Lo que cuentan los sindicatos es que la salud, la conciliación familiar y el bienestar de los trabajadores queda siempre en un segundo plano supeditado a la productividad. 

La competitividad se ha fijado de tal manera en el ADN coreano que no parecen capaces de rebajar un ápice el ritmo impuesto

No es solo que en el cómputo de horas de trabajo al año Corea del Sur aparezca entre los más altos y a un ritmo más frenético, es que el 60% de la población no puede siquiera disfrutar de sus vacaciones o días libres. Esa falta de tiempo para la familia o los amigos es la responsable de la angustia que manifiestan sufrir casi un 55% de los surcoreanos. Mientras esto les ocurre a los adultos, la gente joven vive presionada por unas exigencias educacionales brutales generadas por las elevadas expectativas de los padres y el altísimo nivel de competitividad. A los "excesos educativos" se le atribuye el que sea el país desarrollado con más suicidios triplicando la media mundial.

Corea del Sur presenta muchos aspectos positivos de los que deberíamos aprender, pero su grado de satisfacción vital es de los más bajos de la OCDE y eso también hemos de aprenderlo. Las nuevas generaciones agradecen lo que hicieron sus mayores pero no quieren vivir así. Un país solo es grande cuando es libre y feliz. Así que de momento no quiero ser coreano.

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