Borja Terán Periodista
OPINIÓN

El poder que otorga la telebasura

Los protagonistas de 'Sálvame', vistos por el objetivo de Ouka Leele en el quinto aniversario del programa.
Los protagonistas de 'Sálvame', vistos por el objetivo de Ouka Leele en el quinto aniversario del programa.
Ouka Leele
Los protagonistas de 'Sálvame', vistos por el objetivo de Ouka Leele en el quinto aniversario del programa.

Telebasura es una palabra que siempre ha hecho sentir bien. Da regustillo al que la verbaliza. Porque quien la utiliza, a menudo, se siente por encima de aquello que disfruta la mayoría. Porque telebasura nunca se refiere a telefilmes cutres de sobremesa o informativos trasnochados, el palabro siempre va directo a programas que se han consumido en masa, especialmente espacios del corazón, late night o reality show. Se sentencia la televisión más por su género que por su contenido. Cuando, por ejemplo, manipular interesadamente una noticia o las tertulias que favorecen la demagogia que enfrenta a la sociedad también podría ser castigadas como telebasura.

Pero no, esta denominación se lanza hacia la varieté, como si todos los espectáculos de un mismo género fueran negativos. Reality, malo. Documental, bueno.  Error, existe un boom de documentales con contenido retorcido y llenos de cebos vende-humo que podrían ser telebasura y, al mismo tiempo, programas de cotilleo que se ríen de sí mismos con inteligencia. En televisión todo se puede hacer, pero todo depende de cómo se haga.

Cuando nació el mítico programa Un, dos, tres... responda otra vez se criticó. Entonces, no se entendió su mezcla de números musicales de revista, concurso, suspense y titiriteros haciendo de trileros. Y encima lo veía todo España... ¡Aquelarre! No era entretenimiento selecto, pues atraía a todos por igual. Había que señalarlo. Pero la realidad se abrió paso. Aquella fantasía que logró Chicho Ibáñez Serrador ilusionó a una sociedad con ganas de descubrir otros mundos que estaban en este. Ahora, por eso mismo, se recuerda a Un, dos, tres... como un emblema de televisión creativa que retrató un país. Incluso con sus toxicidades intrínsecas.

No fue hasta la llegada de las cadenas privadas cuando sonó de manera más recurrente el estigmatizador término de telebasura. Aunque nunca ha calado socialmente, sólo en algunas élites a las que la pronunciación de telebasura les otorga el poder de la condescendencia, pues las embauca de un reconfortante aire de superioridad.  

Cuestión de preservar jerarquías. Sin embargo, la diferencia entre buena o mala televisión no depende del tipo de programa ni quizá de la cantidad del público que llega, como la diferencia entre la buena y mala prensa no depende del tipo de periódico, sino de la calidad y la honestidad de las ideas que desarrolla cada emisor.

Siempre es mejor apagar la tele antes que llamar a algo o alguien basura. De hecho, la utilización de esta faltona denominación puede ser tan sensacionalista o más que los programas que se señalan como telebasura. Pero qué más da, la coherencia parece sobrevalorada y articular esta palabra mágica despierta la particular sensación de sentirse mejor que el resto de la humanidad. Aunque, en realidad, estés criticando lo mismo que estás haciendo. Es lo que tiene el populismo, que no suele ver en primera persona lo que sentencia de otros.

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