Carmelo Encinas Asesor editorial de '20minutos'
OPINIÓN

El agua como arma electoral

El embalse de La Viñuela, ubicado en La Axarquía (Málaga), en febrero de 2022.
El embalse de La Viñuela, ubicado en La Axarquía (Málaga).
Europa Press
El embalse de La Viñuela, ubicado en La Axarquía (Málaga), en febrero de 2022.

Abril nos ha fallado. El mes al que el refranero atribuye el mayor nivel puvliométrico no ha dejado mas que cuatro gotas y donde menos se necesitan. Los expertos y quienes se despiertan mirando al cielo buscando una nube redentora que moje sus cosechas confiaban en que abril compensara el déficit hídrico que arrastra España desde finales de año, pero ha lucido incesante ese sol engañoso que parece querer alegrarnos la vida mientras seca los campos y vacía nuestros embalses.

El agua en este país es un bien tozudamente escaso y lleva camino de serlo con mayor crudeza en 2023. Da igual que lo atribuyamos o no al cambio climático, lo cierto es que ya hay zonas en Andalucía y Cataluña donde han saltado las alarmas sin perspectivas de cambio a corto plazo. Aunque los embalses están aún al 43% de su capacidad, 20 puntos menos de la media en esta época, en las cuencas interiores catalanas y la del Guadalquivir apenas pasan del 25% y tenemos por delante todo el verano.

Esto es lo que hay y lo que viene da miedo, porque la carencia extrema del líquido elemento puede traer problemas que van más allá de los trastornos que acarrea el tener que recurrir a las restricciones en los hogares. De hecho, el agua que consumimos para beber o ducharnos solo representa un 12% del total, la agricultura emplea el 75% y el 13% restante lo consume la industria y, en menor medida, los servicios. Es, por tanto, el campo el gran demandante de agua, lo que puede llevarnos al equívoco de percibir a los agricultores como unos depredadores que usan los recursos hídricos solo en beneficio propio. Al margen de lo que aporta el agro y la industria alimentaria a la riqueza nacional, su alto nivel técnico y productivo nos ha permitido disfrutar de una calidad y variedad nutricional envidiada en todo el mundo. España, además, alimenta a media Europa y nuestros productos están bien posicionados en los mercados más competitivos del planeta. Conviene no olvidarlo a la hora de tomar decisiones sobre un factor esencial para el sector como es el agua.

España, además, alimenta a media Europa y nuestros productos están bien posicionados en los mercados más competitivos del planeta

La sequía asfixia a más de la mitad del campo español con pérdidas millonarias en ganadería y cultivos de secano, mientras, los regantes piden ya que les adelanten la dotación de agua prevista en mayo para salvar la temporada. Esta situación repercute en un problema económico de primera magnitud, el de la inflación. Se consiguió rebajar la tensión por los precios de la energía que nos agobiaron por la guerra de Ucrania pero no en los alimentos. Si continúa sin llover habrá restricciones de agua para regar y mermará la superficie sembrada, lo que inevitablemente incidirá en el precio de las frutas y hortalizas y, por tanto, en el IPC.

Por desgracia cualquier debate sobre el uso del agua está siempre sometido a los intereses políticos de los gobernantes de turno en cada comunidad. En esto no hay ideología ni colores, solo electoralismo puro y duro, lo que impide hacer un planteamiento racional de país sobre el óptimo aprovechamiento de los recursos hídricos.

Un exponente claro de ese politiqueo baldío es lo acontecido estos días en torno a Doñana, donde no parece que el enfrentamiento entre el Gobierno central y la Junta de Andalucía vaya a resolver la falta de agua que amenaza a aquel santuario medioambiental. Ni el Gobierno andaluz puede legalizar los regadíos que acorralan al parque por un puñado de votos y con la UE y la Unesco en contra ni el central puede presumir de proteccionista cuando no ha intervenido en serio para garantizar su sostenibilidad. España necesita un gran pacto de Estado que aleje el agua de cualquier uso como arma electoral.

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