Juan Luis Saldaña Periodista y escritor
OPINIÓN

Los famosos lo dejan cuando quieren

Dos cines y un par de conciertos.
Dos cines y un par de conciertos.
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Dos cines y un par de conciertos.

Son especiales, tienen bula, hacen lo que les apetece porque todo el mundo les ríe las gracias. Llevan décadas copando el espacio público. Discos, giras, galas, entrevistas, viajes y programas de televisión. La mayor parte son artistas de verdad y aportan al mundo una forma de mirar y una voz propia. Son, en cierto modo, necesarios y lo saben. Por eso, quizá, no se dan cuenta de los privilegios que tienen.

El tiempo pasa y se hacen mayores. Se atreven, incluso, a cumplir los sesenta y, por qué no, también los setenta. Hacen libros de memorias y también películas documentales y series para las famosas plataformas. Será por la edad o por cualquier otro motivo, pero suele ser en este momento cuando les entra la manía de aflojar la lengua y contar algunas verdades que habían mantenido siempre en un riguroso silencio.

Resulta que aquel artista tan simpático que fuimos a ver a la plaza de toros hace veinte años y el otro que salió en la gala de fin de año o el que vino a los conciertos de la playa aquel verano inolvidable han sido toda la vida adictos a la cocaína y, a veces, alcohólicos sociales y algunas cosas más. Nos lo confirman ahora, mientras promocionan la serie, las memorias o el documental que habla sobre su vida. Parece una anécdota más y lo más gracioso es que todos cuentan la misma mentira.

Son los únicos que lo dejan cuando quieren, no como el resto del mundo que somos débiles e ignorantes.

Un día -dicen- decidí que se había terminado, que lo dejaba y ya está. Después explican que no les costó ningún esfuerzo, que fue algo casi mágico, aunque en el fondo parecen darle todo el mérito a una voluntad de hierro capaz de lograr cualquier cosa. Pero no cuentan toda la verdad. Quizá no se acuerdan de ella o la han olvidado por mera necesidad de supervivencia.

Si les preguntas algo sobre el asunto antes de esta edad venerable se enfadan como monas. Tienen un código secreto, una habitación del pánico vital en la que entran con quien quieren, pero exigen que se les trate como si eso no existiera. Hay un silencio enfermo en torno a este asunto. Después, cuando se hacen mayores, te lo venden como un chiste. Son los únicos que lo dejan cuando quieren, no como el resto del mundo que somos débiles e ignorantes y no tenemos, quizá, las ayudas que tuvieron ellos para superar lo que dicen que han superado. A otro perro con ese hueso.

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