Melisa Tuya Redactora jefe de '20minutos'
OPINIÓN

Cuando el peligro está en el guardián

Perro guardián.
Perro guardián.
Getty Images/EyeEm
Perro guardián.

Los conozco bien, en la Asturias ganadera de mi infancia más feliz abundaban. Perros grandes, mastines, pastores alemanes y sus cruces. Perros de presencia imponente encerrados en perreras, atados a cadenas. Perros que tal vez se soltaban de noche, para guardar, que devolvía de día a su encierro la única persona capaz de manejarlos, a veces con la ayuda de un palo en la diestra. Perros con los que nunca nos dejaron jugar a los niños; llegaba un cachorro, esponjoso, y nos decían: "No lo sobéis, que lo vais a volver tonto y tiene que guardar". Pocos meses después no se nos hubiera ocurrido alargar la mano hacia ellos. Fieros, sin socializar, sin nada que hacer salvo aburrirse o ladrar. 

Los he visto luego en otros lugares, como casas de fin de semana en Toledo o naves industriales madrileñas. Sus circunstancias eran similares, mala socialización, nulo adiestramiento, aspecto temible. Algunos eran mansos pese a todo, esos canes ladradores que no muerden del refrán. Sé de un par de chalés que albergan, en casetas a la intemperie, sendos labradores, una raza nacida para la compañía humana e inútiles como defensores del lugar. Otros eran un peligro a cuatro patas. Sé de una acería que cambió de dueños y se modernizó, esos nuevos propietarios se deshicieron inmediatamente de los feroces perros que la guardaban de noche, es fácil imaginar cómo. 

"Consígueme un perro que me guarde", me pidió hace poco una persona a la que quiero mucho. Me negué y creo que lo entendió. Mas allá de la responsabilidad que supone tener un animal, del necesario compromiso de brindarle una vida feliz y plena y no una que se asemeja a un castigo ideado por los dioses olímpicos, lograr su objetivo de tener uno de esos perros que guardan por instinto, capaces de atacar al ser humano, puede traducirse en una desgracia para ella, para algún ser querido o para cualquiera que pasara por allí acompañado de la mala suerte.  

En un estudio estadounidense sobre los factores de riesgo en los ataques mortales de perros a personas, en cabeza con un 76,2% del total constan los perros empleados para proteger propiedades, confinados o parcialmente aislados. Ojalá hubiera estadísticas similares en España.  

Son tantos los canes condenados a esa vida mísera defendiendo algún terruño, que no hay más mordiscos, no hay más muertes, porque en el fondo los perros albergan una nobleza que no nos merecemos.

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