La gran herencia del cura rojo

Esta semana se cumplen 50 años de la llegada del jesuita José María Llanos a El Pozo del Tío Raimundo. Su figura marcó un antes y un después para una barriada que en los cincuenta carecía de los recursos más elementales.
Aunque los tiempos han cambiado, El Pozo no ha olvidado lo mucho que tuvo que hacer para llegar a donde ha llegado. En el barrio pervive el espíritu solidario original y del que dio buena muestra el 11-M, cuando sobre la estación de Cercanías cayó la zarpa del terrorismo.
Aunque los tiempos han cambiado, El Pozo no ha olvidado lo mucho que tuvo que hacer para llegar a donde ha llegado. En el barrio pervive el espíritu solidario original y del que dio buena muestra el 11-M, cuando sobre la estación de Cercanías cayó la zarpa del terrorismo.
Jorge París
Aunque los tiempos han cambiado, El Pozo no ha olvidado lo mucho que tuvo que hacer para llegar a donde ha llegado. En el barrio pervive el espíritu solidario original y del que dio buena muestra el 11-M, cuando sobre la estación de Cercanías cayó la zarpa del terrorismo.
Que viene el cura!», gritaba alguien, y entonces había que desaparecer. Porque de sobra eran conocidas por todos las malas pulgas de aquel sacerdote. Siempre que se desataba algún conflicto aparecía el padre Llanos dispuesto a poner paz, aunque para ello hubiese que repartir algún mandoble.

El padre Llanos se instaló en una chabola y desde allí inició una batalla personal para conseguir la mejora en la calidad de vida de sus vecinos.  Llanos organizaba grupos de trabajo que levantaban las chabolas en una sola noche para que la Policía no las pudiera tirar. Después llegaría el agua, el alcantarillado y la electricidad. Y aquel cura Llanos, que venía de preparar a falangistas, acabó afiliándose a Comisiones Obreras y al Partido Comunista.

Hoy El Pozo es un ejemplo de orden urbanístico, con amplias aceras sombreadas por multitud de árboles y agradables edificios de ladrillo rojo. Pero el barrio no ha olvidado sus orígenes, por eso en él pervive el espíritu solidario que le inculcó el padre Llanos y del que dio buena muestra el 11 de marzo del pasado año cuando cayó sobre él la zarpa del terrorismo.

El corazón malherido del barrio se encuentra ahora en su centro cívico y cultural. Un lugar que alberga biblioteca y actividades de todo tipo sirve de sede a asociaciones de ayuda a los necesitados, y hasta dispone de cafetería y peluquería. «Dos días a la semana se organiza un baile para los mayores»,  cuenta Encarna Azaustre (42 años), miembro de la asociación de vecinos de El Pozo que trabaja en el centro como voluntaria.

Tres años después de la llegada del padre Llanos a El Pozo, Antonio Noguera, de 74 años, y su mujer, Isabel, de 73, adquirieron un «pedacito de chabola» en la que vivieron hasta el año 87 cuando consiguieron por fin su casa en la primera fase de edificios construidos.

«A mí ya me han muerto tres veces, comprenderá que no estoy para ir a los bailes del centro», dice Antonio, mientras me muestra, orgulloso, el desfibrilador que lleva acoplado al pecho.

Isabel sí acude al centro cultural a clases de alfabetización: «Éste es un buen barrio, ahora ya no hay apenas problemas de drogas, aunque en otros tiempos vimos muchas familias destruirse por esa causa».

Antonio e Isabel tienen tres hijos, que no viven en el barrio, aunque les gustaría, pero no hay casas y no se puede construir más. «Es un buen barrio, ahora ya no hay apenas problemas de drogas, aunque en otros tiempos vimos muchas familias destruirse por ello».

Desde el desmantelamiento de La Celsa, hace cinco años, los problemas de droga han disminuido mucho en El Pozo. Sin embargo, el barrio sigue lindando con el territorio comanche de  Las Barranquillas, otro de los grandes hipermercados de la droga que aún mantiene en vela a muchos padres de adolescentes.

Sara (15 años) quiere ser veterinaria; Estela (14), peluquera, y Estefanía (14), gogó. Las tres salen con chicos de Entrevías, y por nada del mundo querrían irse de El Pozo. «¡De eso nada, nuestro barrio es el mejor, que se vengan los de Entrevías para aquí! Algún día hablarán a sus nietos de cierto cura algo cascarrabias que se hundió en el fango hasta las rodillas para ayudar a sus antepasados a salir del fondo del pozo.

Asunto pendiente, Radio Kalambuco

Calambuco era como llamaban los primeros habitantes de El Pozo a los ladrillos que servían de base a sus chabolas. Creada hace año y medio por la Fundación Amoverse, con una ayuda del Fondo Social Europeo, Radio Kalambuco es gestionada por los jóvenes del barrio, y tiene como finalidad favorecer el aprendizaje, el diálogo y la integración social de los chavales. Pero por ahora no han conseguido toda la financiación que necesitan para terminar de equipar la emisora.

En primer plano José Manuel Peco, párroco de San Raimundo de Peñafort

«Tenemos el fracaso escolar más alto de la región»

El párroco de San Raimundo de Peñafort continúa la labor iniciada por los jesuitas en el barrio.

¿Tiene El Pozo las necesidades cubiertas?

Digamos que las necesidades primarias sí, aunque aún quedan muchas otras que todavía hay que ir solventando.

¿Cuáles son los problemas más acuciantes del barrio?

Ante todo la baja escolarización, El Pozo es la zona con mayor tasa de fracaso escolar de la Comunidad de Madrid, también la atención a los mayores que viven solos y la desestructuración familiar.

¿Cómo afronta su parroquia los problemas?

Desde la Fundación Amoverse se da apoyo en el estudio a los niños de entre seis a 17 años y se organizan talleres y otras actividades. También tenemos un club juvenil de ocio.

¿Y para los mayores?

Organizamos cursos de alfabetización, charlas de formación sobre aspectos médicos, talleres de labores... También en el despacho que tiene Cáritas en la parroquia se organizan bolsas de trabajo y demás ayudas.

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