Borja Terán Periodista
OPINIÓN

'La última': por qué cuesta engancharse a la nueva serie de Disney (si no eres fan de Aitana)

La última, Aitana y Miguel, en Disney Plus
La última, Aitana y Miguel, en Disney Plus
Disney
La última, Aitana y Miguel, en Disney Plus

Ya se ha hecho todo antes. Incluso en las plataformas bajo demanda. Más lo parece todavía al ver La Última, la serie española original de Disney Plus que acaba de lanzar la plataforma de Mickey Mouse. Aunque, para evitar confusiones, hay que incidir que lo de "original" se refiere a que es una producción exclusiva de esta compañía, pues la propuesta de novedosa tiene poco.

A priori, la ficción podía remitir a aquellas ensoñadoras películas de antaño donde estrellas de la música interpretaban a un 'alter ego' en la gran pantalla. De Rocío Durcal a Raphael. A veces, hasta la ingenuidad del espectador de entonces no distinguía entre ficción y realidad. En La última podría pasar algo similar. Está protagonizada por Aitana Ocaña, que interpreta a Candela. Una chica que cumple su sueño de cantante. Anda, qué casualidad, como ella. Pero, eso sí, sin necesidad de ir a Operación Triunfo. Directamente es descubierta por un señor de una discográfica que la escucha en un pub justo después de que un joven le llama la atención porque está hablando por teléfono y molestando durante el concierto de la cantante. Este chico, malote, está interpretado por el actor Miguel Bernardeu que, además, es pareja en la vida real de Aitana e hijo del productor de la ficción.

Resultado: dos cabezas de cartel con tirón protagonizando una historia de amor adolescente. Lista para enamorar a los fans de la pareja con los sobresaltos del viejo romanticismo aspiracional. Quizá Disney quería una Hannah Montana a la española, pero España ha terminado haciendo una serie de época. Porque aunque Candela trabaje en una especie de centro de logística de Amazon, mande notas de voz por un móvil de última generación y acuda de invitada al programa de Broncano, las tramas que construyen el relato encajan más en los ochenta que en los tiempos actuales. Que si un poderoso manager, a lo Parchís, que si un pretendiente boxeador furtivo, que si unos malos de tebeo. Todo vuelve. Pero, a la vez, todo da la sensación de visto porque es la enésima historia de una chica perfecta que sueña con ser cantante y se enamora de un machote que está en los bajos fondos y va en moto. Por lo menos este lleva casco. En Disney siempre se lleva casco.

¿No hemos cambiado tanto como creemos? ¿O a Disney le cuesta aceptar que hemos avanzado? ¿No hubiera sido más divertido que Aitana fuera la boxeadora y Miguel el superstar? Igual es pasarse, vale. Aunque Aitana podría, porque puede hacer lo que se proponga. Lo demuestra en la serie y en su trayectoria. La hemos visto crecer ante nuestros ojos. Transparente en aquel Operación Triunfo con un casting de concursantes que hablaban del amor de otra manera, aprendiendo de la diversidad sexual, naturalizando la inclusión social y rompiendo los roles sexistas de los guiones televisivos para, así, devolver a la pantalla su función de hablar en el mismo código que la gente de la calle. Aquella Academia que protagonizó la Aitana de verdad definió los propios estados de ánimo de la vida: de la ingenuidad alegre, festiva e inconsciente del principio a la montaña rusa de sentir la vulnerabilidad y el temor ante un futuro complicado, no con las mismas oportunidades y apoyos para todos.

La última intenta encontrar esa historia de amor actual, con sus dudas y con sus ilusiones, pero lo ensombrece que al final cae en la previsibilidad de los estereotipos simplistas y carcas de siempre. Roles insistentes que siguen funcionando por repetición, aunque también recuerdan todo lo que Disney se está perdiendo. Porque los adolescentes de hoy ya saben que ni los buenos son tan buenos ni los malos son tan malos. Incluso que para gustar los chicos no tienen que ponerse los guantes de boxeo. 

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