José Hierro, un poeta de calle, bar y amor

Retrato fotográfico del escritor José Hierro (1922-2002).
Retrato fotográfico del escritor José Hierro (1922-2002).
LAGOS / BNE
Retrato fotográfico del escritor José Hierro (1922-2002).

José Hierro, el gran poeta santanderino (aunque nacido en Madrid) que recibió todos los grandes premios de las Letras españolas, llegó al mundo hace cien años. Los homenajes y celebraciones han sido muy numerosos, pero pocos como este: un libro magníficamente editado que contiene una amplia antología de su obra, una documentación gráfica que apenas conocía nadie (manuscritos, fotos familiares que muy pocos habían visto) y, sobre todo, una excepcional biografía del escritor, elaborada por el periodista y también escritor Jesús Marchamalo. Eso es Vida. Biografía y antología de José Hierro, que ha publicado Nórdica Libros.

El libro llama la atención, ante todo, por una cosa: la biografía, que no llega a las 80 páginas, está escrita con muchísima información, desde luego, pero sobre todo con una cercanía, un afecto y una complicidad que hacen pensar al lector que entre el autor de este libro y el biografiado hubo un conocimiento personal muy profundo. Una gran amistad.

"Pues no es así", sonríe, casi se lamenta, Jesús Marchamalo; "yo le conocí, desde luego. Trabajamos juntos en Radio Nacional de España, donde él estuvo muchos años. Pero no trabamos una verdadera amistad, sin duda por culpa mía. Yo era demasiado joven, como otros compañeros de aquellos años, y no fui capaz de comprender en toda su magnitud lo grande que era aquel señor calvo y todavía delgado que se presentaba cada día con su bigote y su impresionante vozarrón. Cuando crecí y maduré sí me di cuenta de quién era aquel hombre con el que habíamos tenido el privilegio de compartir el trabajo. Pero eso fue después".

Es decir, que no le vio hacer el pino en el estudio de radio. Porque ese es uno de los detalles sorprendentes de la biografía. "No, yo no le vi", se ríe Marchamalo, "pero otros compañeros sí le vieron, y bastantes veces. Era una de sus excentricidades, si se quiere llamar así. Pepe Hierro llegaba, saludaba a todos y, antes de empezar el programa, se metía en el estudio y se ponía cabeza abajo, a hacer el pino, como si aquello fuese lo más normal del mundo. Luego se sentaba ante el micrófono y hala, tan tranquilo".

Hierro era todo lo contrario a un poeta evanescente encerrado en su torre de marfil

Hierro era una persona extraordinariamente complicada y eso salta a la vista en su biografía. Tenía una enorme sensibilidad, pero era todo lo contrario a un poeta evanescente encerrado en su torre de marfil. 

Una de sus supersticiones era, por ejemplo, no escribir jamás en casa, donde podría estar tranquilo; cogía la carpeta con las cuartillas y se iba a un bar, a un café, a ser posible ruidoso, como La Moderna, en la avenida Ciudad de Barcelona, de Madrid. Él lo llamaba "la oficina". Se sentaba en una mesa, pedía un chinchón seco (algo aguado, porque con el chinchón seco hay pocas bromas), sacaba las cuartillas y se ponía a escribir, concentrado en medio del estrépito como si estuviese en medio del silencio de una catedral. Así escribió muy buena parte de su obra.

Luego está el humor, mezclado casi siempre con una inmensa capacidad de amor. Era un hombre capaz de llamar "Nayagua" a la finca que se compró… por la sencilla razón de que no había agua ("no-hay-agua") y hubo que cavar un pozo de 25 metros hasta encontrarla. Y el amor… aparte de su esposa, María Ángeles Torres, los dos grandes amores de su vida fueron sus nietas, Paula y Tacha Romero

El libro reproduce dos documentos maravillosos: dos tarjetas postales que Hierro, el güelu (abuelo) como le llamaban las niñas, les envió durante un viaje a Puerto Rico. Esto escribió Pepe Hierro en la postal para Paula: "Te nombro, porque puedo y porque quiero, / emperatriz del reino de Bubura, / duquesa del espárrago triguero, / virreina de la canaricultura. Firma y fecha el abuelo que te escribe / en Puerto Rico, frente al mar Caribe". Y la rúbrica: Güelu.

El poeta consintió en ser elegido miembro de la Real Academia Española en 1999, después de mucho resistirse

Con esa misma caligrafía clara, primorosa, casi infantil, escribió Hierro un texto increíble, muy poco conocido, destinado a la Real Academia Española. El poeta, que fue el primer escritor que recibió el premio Príncipe de Asturias de las Letras (en 1981), que tenía el Cervantes, el Adonais, el Nacional, el de la Crítica y medio kilo de doctorados Honoris Causa, consintió en ser elegido miembro de la Academia en 1999, después de mucho resistirse porque estaba convencido de que él era un poeta de calle, de diario, de bar y de chinchón seco, y que no tenía los sutiles conocimientos lingüísticos que han de poseer los augustos académicos.

Pero, como dice Marchamalo que dijo, "llega un momento en que la resistencia se convierte en una ordinariez". Lo presentaron Carlos Bousoño, Francisco Ayala y Fernando Lázaro Carreter, y fue elegido clamorosamente.

Pero no llegó a tomar posesión. El enfisema pulmonar se lo llevó antes de leer su discurso. Sí le dio tiempo, sin embargo, a escribir un texto asombroso dedicado a la letra del sillón que le correspondía: la G mayúscula. El Memorial de agravio de la letra G se reproduce entero en el libro, con todo su humor, todas sus tachaduras y desde luego su retranca: "Podían hacerme masón alado [la letra G es emblemática de la Masonería, como Hierro demostró que sabía], sierpe, pámpano en cierne, ola marina majestuosamente encrespada, trompa musical, garabato de candil, rabo de cerdo".

El tabaco lo mató y él lo sabía, pero Pepe Hierro era un bigote a un cigarrillo pegado

Luego está el tabaco. Eso lo mató y él lo sabía, pero Pepe Hierro era un bigote a un cigarrillo pegado. Lo cuenta Marchamalo: "Ya en el hospital, cuando le quedaba muy poco, se quitaba el tubito del oxígeno que le habían puesto en la nariz para darle tres o cuatro caladas a un cigarrillo".

El libro se cierra con el que sin duda es uno de los sonetos más grandes que ha dado el idioma castellano en varios siglos: Vida, dedicado a su nieta Paula, donde juega magistralmente con las palabras todo y nada. Termina así: "Qué más da que la nada fuera nada / si más nada será, después de todo, / después de tanto todo para nada".

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