OPINIÓN

A un año de las elecciones

El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, interviene durante la primera jornada del debate sobre el estado de la nación, en el Congreso de los Diputados.
Sánchez, en el Congreso de los Diputados.
EP
El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, interviene durante la primera jornada del debate sobre el estado de la nación, en el Congreso de los Diputados.

Si las cosas son como parecen, dentro de un año por estas fechas estaremos en plena campaña para las elecciones generales. Antes, en mayo, se habrán celebrado las municipales y (parcialmente) autonómicas, que servirán como sondeo masivo y como fotografía de situación para que partidos y líderes analicen si las cosas van como esperaban o si, por el contrario, el camino que recorren es el equivocado.

Con esa perspectiva, Pedro Sánchez enfila ese tramo final de la legislatura con una contradictoria mezcla de situaciones. El presidente ha solidificado sus apoyos parlamentarios hasta tal punto que sus victorias en las votaciones se cuentan por goleadas. Todas suelen superar holgadamente la mayoría absoluta. Que eso suponga una larga lista de cesiones a los partidos socios se ha convertido ya en un asunto que Moncloa despeja con un desahogado desdén, como si repetir algo muchas veces hiciera que ya no tuviera importancia.

Que la Guardia Civil de Tráfico deje de patrullar Navarra no tendría nada de particular –ya ocurre en otras comunidades– si se hubiera tratado de una transferencia más al Gobierno foral. Pero hacer esa concesión a Bildu no es igual de gratuito. Bildu y la Guardia Civil cuadran mal en la misma frase.

Indultar a los dirigentes independentistas condenados por sedición y después eliminar ese delito de sedición del Código Penal es otro ejemplo de esas políticas que Moncloa considera audaces, pero que sus presidentes autonómicos de Castilla-La Mancha o Aragón creen que son temerarias. Sobre todo para ellos, que tienen que someterse a las urnas antes de que lo haga Pedro Sánchez, y temen sufrir en sus carnes políticas el castigo que, quizá, algún votante quisiera imponer al inquilino de Moncloa.

Casos como estos se unen a las polémicas por la ley del ‘solo sí es sí’, o por la ley trans, o por la tragedia de la frontera de Melilla. Pero el presidente del Gobierno cuenta con algunas ventajas evidentes, a un año de examinarse ante los votantes. Por un lado, las visibles tensiones a su izquierda entre Podemos y Yolanda Díaz. Todo voto que ese sector político pierda en las urnas puede acabar en el PSOE. Esa sería la buena noticia para Sánchez. La mala noticia sería que el desencanto por tanto desencuentro derivara en la abstención.

Vox había tomado la decisión de ayudar a sus enemigos en el otro extremo del espectro político, porque cuantas más veces utiliza insultos en el hemiciclo, más expectativa de voto genera en Podemos. Pero se trata de partidos que se alimentan mutuamente, y la ministra de Igualdad le ha devuelto el favor a la derecha acusándola de promover la cultura de la violación. No pueden vivir los unos sin los otros.

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